Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
En el contexto actual de la transición energética, América Latina se encuentra en una encrucijada crucial. El potencial de la región para liderar el movimiento hacia fuentes de energía renovable es inmenso, y su capacidad para beneficiarse de este cambio es evidente. Sin embargo, persistir en el uso del gas natural como pilar de esta transición no solo es un error, sino también un obstáculo que puede retrasar el camino hacia la sostenibilidad. A pesar de su promoción como un combustible "limpio", el gas natural es, al igual que el carbón y el petróleo, un combustible fósil que debe quedar atrás. Lo que comúnmente se presenta como una ventaja del gas, su menor emisión de dióxido de carbono en comparación con otros combustibles fósiles, es una simplificación engañosa. Este argumento ignora el hecho de que el gas es también una fuente significativa de metano, un gas de efecto invernadero que es 28 veces más potente que el CO2 en términos de su capacidad para atrapar el calor en la atmósfera. Así, el gas se convierte en un componente problemático en la lucha contra el cambio climático, y su papel como solución de transición es cada vez más cuestionable. Un reciente informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) resalta que una transición hacia energías renovables podría reducir las emisiones de gases de efecto invernadero hasta en un 80% para el año 2050. En contraste, si la región opta por una estrategia basada en gas natural, sólo podría lograr una reducción del 20%. Estos números son reveladores y sugieren que abrazar las energías renovables es el camino más efectivo para combatir el cambio climático y alcanzar las metas de sostenibilidad. La Agencia Internacional de Energía (AIE) ha emitido advertencias claras sobre la insuficiencia de los compromisos actuales de los gobiernos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. En este sentido, ha recomendado que el año 2035 sea el límite para eliminar el gas del sector eléctrico. Sin embargo, en la práctica, la realidad es más compleja. Los intereses económicos impulsan inversiones sustanciales en infraestructura de gas, como se observa en proyectos de gran envergadura en países como Brasil, México y Argentina. Un caso emblemático es Vaca Muerta, un yacimiento no convencional de gas y petróleo, que ha estado en desarrollo durante más de una década y representa una inversión de recursos en una industria que necesita transformarse. El desafío de abandonar los combustibles fósiles se ve amplificado en países altamente dependientes de ellos. Trinidad y Tobago, por ejemplo, enfrenta un dilema significativo, ya que el 40% de su PIB y el 80% de sus exportaciones provienen del petróleo y el gas. Esta dependencia económica se traduce en una resistencia al cambio, especialmente cuando los esfuerzos recientes para mejorar el acceso a la energía se han centrado en subsidios a los combustibles fósiles, como ha ocurrido en Colombia. En contraposición, la adopción de energías renovables puede ofrecer caminos hacia la independencia económica y la democratización del acceso a la energía limpia. Según el PNUMA, se estima que la transición a energías renovables podría generar aproximadamente 1.300.000 nuevos empleos en América Latina para el año 2030. En contraste, la inversión en infraestructura energética basada en gas podría generar apenas 14.000 empleos. Esta diferencia es crucial, especialmente en una región que enfrenta tasas de desempleo superiores al 7%. Ante esta realidad, es imperativo que los gobiernos, las instituciones financieras y el sector privado actúen de manera decidida para acelerar la transición hacia energías renovables. A pesar de los desafíos, este camino es posible y necesario. La historia de la humanidad ha demostrado que, ante las adversidades, la creatividad y la innovación pueden florecer. La reciente celebración de los Juegos Olímpicos en París es un recordatorio de lo que se puede lograr con esfuerzo y dedicación. Por lo tanto, es esencial establecer altos estándares para la transición energética. No podemos permitir que el gas natural entorpezca nuestro avance hacia un futuro sostenible. En lugar de ello, debemos exigir un enfoque que priorice la creación de sistemas eléctricos 100% renovables, apoyados por tecnologías de almacenamiento que permitan eficiencias en la gestión de la energía. La transición hacia un futuro más limpio y sostenible no es solo una opción, es una necesidad. Cada paso que damos hacia el abandono de los combustibles fósiles y la adopción de energías renovables representa un avance hacia una economía más resiliente, equitativa y respetuosa con el medio ambiente. La hora de actuar es ahora, y es responsabilidad de todos asegurar que la transición energética sea justa, rápida y eficaz.