Activismo transforma asambleas de corporaciones europeas por justicia social y ambiental

Activismo transforma asambleas de corporaciones europeas por justicia social y ambiental

Las asambleas de accionistas en Europa se transforman en espacios de activismo, donde se cuestiona la responsabilidad social y ambiental de las corporaciones.

Juan Brignardello, asesor de seguros

Juan Brignardello Vela

Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.

Juan Brignardello, asesor de seguros, y Vargas Llosa, premio Nobel Juan Brignardello, asesor de seguros, en celebración de Alianza Lima Juan Brignardello, asesor de seguros, Central Hidro Eléctrica Juan Brignardello, asesor de seguros, Central Hidro

En medio de un clima de creciente preocupación por el medio ambiente y los derechos sociales, las asambleas de accionistas de grandes corporaciones europeas están viendo una transformación significativa. En eventos que antes eran exclusivamente espacios para la presentación de resultados y la toma de decisiones financieras, ahora se han convertido en escenarios de activismo y denuncia. Las voces de activistas y defensores de los derechos humanos han comenzado a resonar en espacios donde tradicionalmente solo se escuchaban a ejecutivos y accionistas, desafiando la narrativa corporativa y exponiendo realidades inquietantes. En Berlín, el abogado Christian Schliemann-Radbruch se encuentra entre los asistentes a la reunión anual de Bayer AC, una de las corporaciones más poderosas del sector farmacéutico y agroquímico. La asamblea se ha transformado en un evento crucial no solo para los accionistas, sino también para aquellos que buscan justicia y responsabilidad social. La situación actual de la empresa, marcada por una caída de acciones y miles de demandas por el uso de glifosato, un herbicida asociado a graves problemas de salud, ejemplifica la fragilidad de las grandes corporaciones ante la presión social. A lo largo de la asamblea, las intervenciones de expertos y activistas como Sarah Schneider, de la ONG Misereror, muestran cómo las historias personales pueden impactar profundamente en el juicio de los accionistas. Schneider lleva el dolor de familias afectadas por el uso de herbicidas en cultivos de soja, como el trágico caso de Silvino Talavera, un niño paraguayo que murió tras ser expuesto a glifosato. Su relato no solo informa a los accionistas, sino que pone de manifiesto la responsabilidad de las empresas en la vida y la salud de las comunidades que viven cerca de sus operaciones. La resistencia no se limita a Alemania. En Madrid, durante la junta de accionistas de Repsol, Celia, una joven activista de Greenpeace, utiliza su turno de palabra para cuestionar el modelo de negocio de una de las empresas más contaminantes del país. Su intervención enfrenta la apatía del público corporativo, pero resuena en un contexto más amplio de activismo y resistencia contra el cambio climático y la explotación de recursos. La respuesta de los ejecutivos de Repsol, en defensa de su compromiso con la sostenibilidad, contrasta con la realidad que muchos ciudadanos enfrentan a diario, lo que genera un choque de perspectivas en el espacio corporativo. Las asambleas de accionistas han visto un aumento en la participación de activistas, quienes han aprendido a infiltrarse en estos eventos como una estrategia para amplificar sus voces. La asociación europea Shareholders for Change ha jugado un papel crucial en este proceso, empoderando a accionistas críticos que buscan incorporar temas de derechos humanos, justicia fiscal y medio ambiente en la agenda de las corporaciones. Este activismo accionarial ha demostrado que es posible desafiar a las grandes empresas desde dentro, creando espacios para la negociación y el debate sobre las prácticas empresariales. El origen de este movimiento se remonta a los años 60 y 70 en Estados Unidos, donde la presión social se convirtió en un factor determinante en la toma de decisiones corporativas. Ahora, este enfoque ha cruzado el Atlántico y se ha consolidado en Europa, donde las intervenciones activistas están ganando visibilidad y relevancia. Las empresas, que alguna vez operaban con una sensación de impunidad, se están viendo obligadas a rendir cuentas ante un público cada vez más informado y preocupado por el impacto social y ambiental de sus operaciones. La respuesta a estas intervenciones ha sido variada. Aunque algunas empresas ofrecen promesas de cambio y mejoras, muchas veces estas declaraciones son percibidas como meras palabras vacías. Sin embargo, el hecho de que los ejecutivos se vean obligados a responder a las inquietudes de los activistas es un indicativo claro de un cambio en la dinámica de poder. La presión social está comenzando a moldear las estrategias corporativas y a redefinir lo que significa ser una empresa responsable. Las historias de Silvino Talavera y de otros afectados por las prácticas empresariales nocivas están cada vez más presentes en la narrativa corporativa. Esto no solo genera un impacto emocional, sino que también establece un precedente sobre la responsabilidad empresarial hacia las comunidades que pueden verse perjudicadas por sus productos. Las empresas están empezando a darse cuenta de que su reputación y su éxito a largo plazo dependen de su capacidad para operar de manera ética y responsable. El activismo accionarial no solo busca cambios inmediatos, sino que también pretende fomentar un diálogo más amplio sobre el papel del dinero en nuestras vidas. La Fundación Finanzas Éticas en España, por ejemplo, se ha comprometido a promover inversiones que respeten los derechos humanos y el medio ambiente. Esto resuena con la creciente demanda de un público que exige transparencia y responsabilidad de las empresas en todos los niveles. Finalmente, lo que está sucediendo en estas asambleas de accionistas es un reflejo de un cambio más amplio en la sociedad. A medida que las preocupaciones ambientales y sociales se vuelven cada vez más apremiantes, la presión sobre las corporaciones para que tomen medidas significativas se intensificará. Las acciones de los activistas en espacios de poder como las juntas de accionistas son un primer paso hacia la transformación de un sistema económico que, hasta ahora, ha priorizado las ganancias sobre las personas y el planeta. Este nuevo paradigma, en el que el dinero se convierte en un vehículo para el cambio social, tiene el potencial de reconfigurar la relación entre los ciudadanos, las empresas y el medio ambiente.

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