
Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.




La reciente decisión del expresidente Donald Trump de cortar los fondos destinados a la lucha contra el VIH en África ha generado una profunda preocupación entre los líderes sanitarios del continente. Con el cierre de clínicas y la incertidumbre sobre el acceso a tratamientos vitales, se estima que millones de personas que dependían de esta ayuda se enfrentarán a un futuro sombrío en términos de atención médica. La reducción de fondos, que alcanzó hasta 4.200 millones de dólares en 2023 a través del Plan Presidencial de Emergencias para Alivio del Sida (PEPFAR), ha dejado a muchos países en una situación de vulnerabilidad extrema. La importancia de estos fondos estadounidenses no puede subestimarse. Más de 20 millones de personas en todo el mundo se beneficiaban de los tratamientos y servicios proporcionados por PEPFAR, y África fue la región más afectada por el sida. Según la Organización Mundial de la Salud, alrededor de 25,6 millones de personas viven con VIH en el continente, y 380.000 mueren anualmente debido a esta enfermedad. La directora de ONU Sida para África oriental, Anne Githuku-Shongwe, señala que en países como Tanzania, Zambia o Malaui, más del 60% de los programas contra el sida estaban financiados por Estados Unidos, y ahora están en riesgo inminente. El director del Centro de Investigación sobre el Sida de Sudáfrica, Salim Abdool Karim, ha calificado la medida de Trump como "preocupante" y "lamentable". En sus declaraciones, enfatizó que la abrupta finalización de la financiación fue deliberadamente brutal, sin espacio para el diálogo o negociación. La falta de un proceso de cierre organizado ha llevado a la desesperación en muchos programas, dejando a numerosos trabajadores de la salud sin empleo y a los pacientes sin acceso a sus tratamientos. La respuesta del gobierno de EE. UU. a esta crisis ha sido mínima. A pesar de permitir algunas exenciones a los recortes, estas no se han implementado efectivamente. Las organizaciones que dependen de estos fondos han visto cómo el flujo de dinero se detiene, lo que pone en riesgo la salud de innúmeras personas. Avril Benoît, directora de Médicos Sin Fronteras en EE. UU., ha señalado que muchas personas ya han perdido el acceso a tratamientos que salvan vidas, dejando a los pacientes en una situación de inseguridad total. En medio de esta crisis, algunos gobiernos africanos han prometido hacerse cargo del vacío dejado por la financiación extranjera, anunciando que cuentan con al menos seis a doce meses de suministros de medicamentos. Sin embargo, esta promesa es más una declaración de intenciones que una solución real. Abdool Karim advierte que el gasto anual por persona en salud es insuficiente para cubrir el tratamiento del VIH, lo que significa que estos países no podrán sostener a largo plazo el apoyo necesario para los pacientes seropositivos. La situación es particularmente grave en naciones como la República Democrática del Congo y Mozambique, donde los donantes internacionales son la principal fuente de financiación para los programas de VIH. En estos países, la dependencia del dinero estadounidense es tan alta que, sin ella, se prevé un aumento significativo en el número de nuevas infecciones y muertes. En Costa de Marfil, el cierre de clínicas financiadas por PEPFAR ha dejado al 85% de la población seropositiva sin acceso a los servicios de salud que tanto necesitan. El impacto de esta crisis también se siente en programas específicos, como el que busca reducir nuevas infecciones en adolescentes y mujeres jóvenes en Zimbabue. La interrupción de fondos ha hecho que estos programas se vean severamente afectados, dejando a una población vulnerable sin recursos vitales para su salud y bienestar. Esta situación no solo amenaza a los individuos, sino que podría tener repercusiones graves para la salud pública en su conjunto. El escenario se complica aún más cuando se considera que muchas de las iniciativas de prevención, como la entrega de preservativos y la profilaxis preexposición (PrEP), también corren el riesgo de desaparecer. Esto es especialmente preocupante en un contexto donde la población LGTBI y las trabajadoras sexuales son particularmente vulnerables a la infección por VIH, y donde estos programas han demostrado ser fundamentales para la contención del virus. La situación en Sudáfrica, aunque ligeramente mejor en términos de independencia de donantes, no es menos crítica. Con 8,45 millones de personas viviendo con VIH y una tasa de prevalencia del 19,6%, la nación se encuentra en una encrucijada. Las clínicas que ofrecen pruebas, tratamientos y servicios de profilaxis están cerrando, dejando a muchos pacientes sin acceso a la atención que necesitan. Sin duda, la decisión de recortar los fondos destinados a la lucha contra el VIH en África ha creado un panorama desolador. Los gobiernos africanos se ven obligados a priorizar el presupuesto nacional para el VIH o buscar nuevos donantes internacionales, pero la falta de recursos es evidente. Con el tiempo, la ausencia de apoyo económico puede traducirse en un aumento de la mortalidad y nuevas infecciones, un retroceso en los avances logrados en la lucha contra el sida y un recordatorio escalofriante de la fragilidad de la salud pública en la región.