Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
La creciente preocupación por las dietas poco saludables y la malnutrición se ha convertido en un tema crítico de salud pública en todo el mundo. Cada vez más, este fenómeno está siendo identificado como uno de los principales impulsores de las enfermedades no transmisibles (ENT), que incluyen diabetes tipo 2, enfermedades cardiovasculares y ciertos tipos de cáncer. La malnutrición, en sus múltiples formas, abarca desde la desnutrición hasta el sobrepeso y la obesidad, afectando a millones de personas y generando un impacto significativo en la calidad de vida y la longevidad. A lo largo de las últimas décadas, nuestra alimentación ha cambiado drásticamente. La disponibilidad de alimentos ultraprocesados, ricos en azúcares, grasas saturadas y sal, ha aumentado de manera alarmante, mientras que la ingesta de frutas, verduras y alimentos integrales ha disminuido. Este cambio de dieta ha llevado a un aumento del sobrepeso y la obesidad, afectando a aproximadamente 1900 millones de personas adultas a nivel global, según informes recientes. Al mismo tiempo, 462 millones de personas padecen de bajo peso, lo que ilustra la paradoja de la malnutrición: una "doble carga" que enfrenta a muchos países. El impacto de estas dietas malsanas no se limita a los números. A medida que se incrementa la prevalencia de enfermedades asociadas a la mala nutrición, los sistemas de salud en todo el mundo se encuentran bajo una presión cada vez mayor. Los pobres hábitos alimenticios se vinculan con una serie de problemas de salud, como hipertensión, resistencia a la insulina y colesterol elevado, que son factores de riesgo reconocidos para desarrollar enfermedades críticas. De hecho, un estudio reveló que una de cada cinco muertes en el mundo estaba relacionada con problemas de nutrición. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha identificado la necesidad de políticas efectivas que aborden estos problemas. Las soluciones propuestas son de bajo costo y se centran en intervenciones como el etiquetado frontal de productos, la limitación de la publicidad de alimentos poco saludables y la reducción de la ingesta de sal y azúcar. La implementación de estas medidas es fundamental para combatir las dietas poco saludables, que afectan no solo a países en desarrollo, sino también a naciones con economías emergentes y desarrolladas. El acceso a alimentos saludables es un desafío persistente, especialmente para las poblaciones más vulnerables. La pobreza y la falta de educación nutricional juegan un papel crucial en la incapacidad de muchas personas para adoptar una alimentación adecuada. Se estima que tres mil millones de personas no pueden permitirse opciones alimentarias más saludables, lo que agrava la crisis de malnutrición en el mundo. La comercialización agresiva de productos ultraprocesados, particularmente dirigida a los niños, exacerba este problema, desplazando opciones más nutritivas y asequibles. La desnutrición infantil es otro aspecto alarmante de esta crisis. En 2020, se reportó que un significativo porcentaje de niños menores de cinco años enfrentaba retraso del crecimiento y emaciación. La nutrición en la infancia es crítica para el desarrollo saludable y sostenible a lo largo de la vida. Las políticas que promueven la lactancia materna y la regulación de la industria de sucedáneos de leche son esenciales para combatir la desnutrición en las primeras etapas de la vida, asegurando que los niños tengan una base sólida para su salud futura. Implementar cambios en los sistemas alimentarios es crucial para revertir la tendencia hacia dietas poco saludables. Las políticas deben ir acompañadas de acciones que fomenten el consumo de alimentos frescos y nutritivos, como subsidios para frutas y verduras y campañas de concienciación sobre la importancia de una buena alimentación. Además, es imprescindible que se proteja y promueva la lactancia materna, asegurando que los más pequeños reciban el mejor comienzo posible en sus vidas. Los beneficios de una alimentación saludable son innegables. No solo se traducen en una reducción de enfermedades, sino que también mejoran la calidad de vida y reducen los costos de atención médica a largo plazo. En este sentido, la OMS enfatiza que muchas de las medidas necesarias para mejorar la nutrición son asequibles y pueden ser implementadas con relativa facilidad en muchos contextos. El cambio hacia una dieta más saludable no es solo responsabilidad de los individuos. Es un desafío que requiere una respuesta coordinada de gobiernos, industrias y sociedades. Solo a través de un enfoque integral y colaborativo se podrá abordar la crisis de malnutrición y garantizar que toda la población tenga acceso a una alimentación adecuada, nutritiva y asequible. En última instancia, una mejor nutrición es fundamental no solo para la salud individual, sino también para la salud pública global.