A medida que las mascotas de comida rápida festejan, nuestra salud se ve afectada: es hora de la verdad en la publicidad.

A medida que las mascotas de comida rápida festejan, nuestra salud se ve afectada: es hora de la verdad en la publicidad.

Las tasas de obesidad aumentan a medida que la publicidad de comida rápida manipula a los consumidores. Las prohibiciones de anuncios propuestas son un buen comienzo, pero se requieren reformas más profundas para la salud pública.

Juan Brignardello, asesor de seguros

Juan Brignardello Vela

Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.

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Salud 18.08.2024

En un mundo saturado de comida ultraprocesada y rápida, el impacto en nuestra salud se ha vuelto alarmantemente claro. Las caras alegres de mascotas como Tony el Tigre y Ronald McDonald ocultan una crisis creciente que no se trata solo de una elección personal, sino de responsabilidad corporativa y salud pública. A medida que comenzamos a enfrentar las realidades de la obesidad y el costo que tiene para nuestra sociedad, una propuesta de prohibir la publicidad de productos alimenticios menos saludables ha surgido como un paso crucial, aunque insuficiente. Durante más de una década, las discusiones sobre restricciones a la publicidad de comida rápida han serpenteado por los pasillos políticos, destacando una renuencia generalizada a abordar el problema de manera directa. Las regulaciones propuestas—que buscan limitar tales anuncios en televisión antes del horario de protección al menor y en línea en todo momento—son un movimiento bienvenido, pero apenas rascan la superficie de lo que es necesario para salvaguardar nuestra salud pública. Con la obesidad costando al NHS la asombrosa cifra de £6.5 mil millones anuales, es imperativo reconocer que el problema se extiende mucho más allá de la mera publicidad. Las estadísticas desalentadoras son difíciles de ignorar: uno de cada cuatro adultos en Inglaterra es clasificado como obeso, y casi una cuarta parte de los niños termina la escuela primaria con la misma designación. Esta tendencia alarmante señala no solo una crisis de salud individual, sino una nacional, con consecuencias de gran alcance para las futuras generaciones. Nuestros hijos están siendo objetivo de estrategias de marketing ingeniosas diseñadas para atraerlos hacia una vida de hábitos alimenticios poco saludables, a menudo antes de que siquiera sepan lo que está sucediendo. Los últimos meses han traído un diluvio de informes que analizan la prevalencia de alimentos ultraprocesados en nuestras dietas. Estos no son solo los chips y refrescos que a menudo pensamos cuando consideramos la comida chatarra; incluyen elementos aparentemente inofensivos como salsas para pasta y comidas listas para llevar. De hecho, los alimentos ultraprocesados ahora representan más de la mitad de lo que el británico promedio consume diariamente. Este cambio en los patrones dietéticos se ha desviado mucho de la sabiduría de Hipócrates de que "deja que la comida sea tu medicina", y en cambio plantea preguntas sobre cómo la comida destinada a nutrirnos se ha convertido en una fuente de daño. La industria alimentaria comparte una parte considerable de la culpa por esta epidemia. La historia nos muestra cómo la publicidad puede manipular el comportamiento del consumidor; Edward Bernays, un pionero de las relaciones públicas, comercializó célebremente cigarrillos a mujeres al equiparar fumar con empoderamiento. Hoy en día, el marketing de alimentos emplea tácticas similares, utilizando manipulación psicológica para tentarnos a consumir productos poco saludables. Desde fotografía engañosa de alimentos hasta estrategias de marketing manipulativas, los métodos empleados para vendernos estos productos son tan alarmantes como su contenido nutricional. Sin embargo, como consumidores, no podemos absolvernos de responsabilidad. Nuestras elecciones, a menudo hechas en la ignorancia, contribuyen a esta crisis. El deseo de indulgencia a menudo supera nuestra disposición a enfrentar las duras realidades de lo que estamos consumiendo. Como exchef de restaurante, puedo dar fe del acuerdo tácito entre comensales y chefs: anhelamos la delicia sin querer saber el costo que puede tener para nuestra salud. Si bien medidas agresivas como el impuesto al azúcar en el Reino Unido han mostrado promesas en la reducción del consumo, también pueden fallar en su objetivo. Estos impuestos a menudo desvían el enfoque de soluciones reales, alentando a las empresas a reemplazar un ingrediente dañino por otro, como edulcorantes artificiales que pueden no ser mejores para nuestra salud. El problema fundamental sigue siendo: nuestra comida es a menudo engañosa, y merecemos transparencia sobre lo que consumimos. Para abordar esta crisis de manera efectiva, debemos abogar por una revisión completa del branding alimentario. El uso de mascotas de dibujos animados y un lenguaje de marketing manipulativo debe ser abolido. Las advertencias de salud deben mostrarse de manera prominente en los envases, y la fotografía engañosa debe ser reemplazada por representaciones honestas y sin adornos de los alimentos. Debemos despojar las capas de manipulación para permitir que los consumidores tomen decisiones informadas. Después de todo, no se trata de eliminar la alegría de comer; se trata de reclamar el derecho a saber qué estamos comiendo. El conocimiento es poder, y con él, podemos tomar decisiones que realmente sirvan a nuestra salud. Ha llegado el momento de actuar decisivamente contra las fuerzas que buscan engañarnos. Al exigir transparencia y responsabilidad dentro de la industria alimentaria, podemos comenzar a cambiar la narrativa de una de indulgencia a una de disfrute informado. La elección es nuestra, pero debe ser una elección informada.

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