Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
En nuestro mundo moderno, acelerado y saturado de información, es fácil sentirse abrumado por la cacofonía de la vida diaria. Las sirenas de la urgencia nos alejan de nuestro yo interior, dejándonos a la deriva en un mar de distracciones. Sin embargo, en medio del caos se encuentran los momentos sutiles y no expresados que pueden revelar más sobre nuestro paisaje emocional de lo que cualquier torrente de palabras podría transmitir. Estas instancias fugaces—donde una mirada entre amigos o un roce de manos pueden comunicar una gran cantidad de entendimiento—son a menudo pasadas por alto en nuestra búsqueda de claridad. Tomemos, por ejemplo, el intercambio tácito entre un comensal y un camarero. Cuando se le pregunta sobre una comida, una rápida mirada compartida entre amigos puede transmitir insatisfacción de manera mucho más vívida que un educado "todo estuvo genial". Tales momentos son la esencia de lo que podríamos llamar lo “intermedio”—esas ricas y emotivas pausas que ocurren en medio de la agitación de la vida. Son los espacios que a menudo están inexplorados, pero que tienen un profundo significado en nuestras interacciones y relaciones. Navegar por estos espacios intermedios puede proporcionar perspectivas cruciales sobre cómo nos relacionamos con el mundo y con nosotros mismos. Para muchos, estos momentos sirven como un reflejo de lo que realmente está sucediendo bajo la superficie. John*, un cliente que enfrentó la dolorosa disolución de un negocio familiar, ilustró esto de manera hermosa. Mientras relataba sus luchas financieras, recordó inesperadamente un acto simple de su infancia—una sonrisa de su maestra de cuarto grado. Este pequeño recuerdo, aparentemente no relacionado, abrió una puerta a problemas más profundos de identidad y validación que habían sido eclipsados por su dolor. Fue un recordatorio de la importancia de ser visto y reconocido, un tema que resonó a lo largo de su narrativa. Por el contrario, no todos los momentos intermedios son nutritivos. Para Alyssa*, quien soportó el trauma de un asalto sexual, su intermedio estaba marcado por el ruido de un padre alcohólico y los dolorosos recuerdos que evocaba. En sus sesiones terapéuticas, el espacio silencioso que cultivamos se convirtió en un santuario, una breve escapatoria del abrumador caos externo. Esto resalta la dualidad de nuestras experiencias intermedias: aunque pueden ser fuentes de consuelo y conexión, también pueden convertirse en puntos de confrontación con nuestros dolores pasados. Entonces, ¿por qué luchamos por permanecer anclados en estos momentos significativos? Los culpables son dobles: nuestra tendencia a vivir en experiencias pasadas y el ruido implacable de la vida contemporánea que ahoga nuestros diálogos internos. A menudo nos encontramos preocupados por narrativas históricas que moldean nuestras percepciones, lo que nos lleva a malinterpretar las interacciones presentes. De manera similar, la inundación de información que nos bombardea a diario crea una barrera para la autoconciencia, dificultando cada vez más la conexión con nuestros sentimientos y pensamientos actuales. Para navegar de regreso a estas aguas tranquilas del presente, primero debemos aceptar que el presente no es ni perfecto ni está exento de desafíos; es simplemente el único momento que tenemos el poder de influir. Reconocer esta verdad nos permite relacionarnos con nuestras realidades sin la presión de la perfección. El siguiente paso es recordar permanecer presente. Esto implica permitir que los pensamientos y sentimientos fluyan a través de nosotros sin juicio. Es una práctica de redirigir suavemente nuestra atención cada vez que nos encontramos vagando hacia rumiaciones poco útiles. La consistencia en devolver nuestra conciencia al aquí y ahora es más importante que la frecuencia con la que nos distraemos. Para fomentar una conexión con nuestro yo presente y lo intermedio, podemos comenzar a hacernos preguntas clave: ¿Qué estoy haciendo ahora mismo? ¿Qué estoy sintiendo? ¿Qué sensaciones están presentes en mi cuerpo? Y, crucialmente, ¿cómo puedo practicar la bondad hacia mí mismo en este momento? Estas indagaciones, aunque engañosamente simples, pueden servir como puertas de regreso a nuestras experiencias presentes, nutriendo una comprensión más profunda de nosotros mismos en medio del ruido de la vida diaria. En un mundo lleno de distracciones, sintonizar con los momentos intermedios no es simplemente un ejercicio de atención plena; es una invitación a redescubrir la pertenencia y la serenidad. Al abrazar la quietud del presente, podemos cultivar una existencia más rica y plena—una que honre tanto la belleza como los desafíos inherentes a nuestra experiencia humana compartida.