Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
A medida que el mundo enfrenta las ramificaciones de la pandemia de COVID-19, otra amenaza viral se cierne en el horizonte: la gripe aviar, específicamente la cepa H5N1. A pesar de las señales alarmantes y las numerosas advertencias de los epidemiólogos, la respuesta a esta crisis emergente ha sido, en el mejor de los casos, letárgica. Han pasado más de dos años desde que se detectaron los primeros signos de H5N1 en los Estados Unidos, y los funcionarios parecen estar navegando a través de la niebla de la incertidumbre sin un plan claro. La trayectoria de la propagación del H5N1 ha sido preocupante. Las primeras señales de advertencia llegaron en 2022, cuando el virus diezmó las poblaciones de focas en Nueva Inglaterra y Quebec. Para el otoño de ese año, una infección masiva en una granja de visones en España suscitó más preocupaciones. Avancemos hasta marzo de este año, y se informaron brotes significativos en granjas lecheras estadounidenses. La situación se agravó cuando se confirmó un caso humano en abril, marcando un desarrollo notable en la saga continua de este virus. Sin embargo, a pesar del potencial de un brote más amplio, parece no haber una estrategia seria para monitorear o controlar la propagación del H5N1. A nivel internacional, la respuesta ha sido marcadamente diferente. La Agencia de Seguridad Sanitaria del Reino Unido elevó recientemente su nivel de amenaza anticipando posibles brotes humanos, mientras que las naciones europeas han tomado medidas proactivas para vacunar a los trabajadores de las industrias avícola y lechera. En marcado contraste, Estados Unidos ha optado por un enfoque más pasivo. A pesar de tener un stock de vacunas, hay poco esfuerzo por distribuirlas de manera oportuna. En cambio, el enfoque ha estado en proporcionar vacunas contra la gripe estacional a los trabajadores de primera línea, con la esperanza de que esto pueda mitigar el riesgo de que el H5N1 mute a través de infecciones humanas. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) han justificado su lenta respuesta señalando el bajo número de casos humanos. Sin embargo, este razonamiento socava la urgencia de implementar pruebas de vigilancia generalizada, que podrían proporcionar datos críticos sobre la propagación del virus. La agencia solo ha comenzado recientemente a movilizar fondos para pruebas, un movimiento que recuerda la respuesta inicial y lenta durante la pandemia de COVID-19. Hasta la fecha, el número de individuos probados sigue siendo alarmantemente bajo, con solo alrededor de 230 personas testeadas a finales de julio, una cifra que plantea más preguntas de las que responde. Las implicaciones del H5N1 se extienden más allá de la salud humana; representa una grave amenaza para la biodiversidad, con el virus infectando a más de 500 especies de aves y mamíferos a nivel mundial. Solo en Estados Unidos, el H5N1 ha infiltrado a más de 100 millones de pollos en 48 estados, así como a 178 rebaños de ganado. Sin embargo, la falta de informes consistentes y la falta de esfuerzos coordinados entre los agricultores obstaculizan severamente los intentos de evaluar el verdadero alcance del virus. Muchas granjas han optado por no realizar pruebas regulares, temiendo el estigma asociado con admitir una infección por H5N1. Los trabajadores en estas granjas quedan vulnerables, careciendo de equipo de protección personal (EPP) adecuado y a menudo sin ser conscientes de los riesgos asociados con la gripe aviar. Muchos informaron que sus empleadores ni siquiera proporcionan necesidades básicas, como agua, y expresan temor a perder sus trabajos si toman licencia por enfermedad. Esta negligencia culminó en un incidente reciente en Colorado, donde fue necesaria una operación de sacrificio a gran escala para contener un brote, lo que llevó a infecciones entre los trabajadores debido a medidas de protección inadecuadas en condiciones de calor extremo. A medida que la situación se desarrolla, los expertos son cada vez más vocales sobre la inevitabilidad de una pandemia de gripe aviar. El exdirector de los CDC, Robert Redfield, ha declarado: “no es una cuestión de si, sino más bien de cuándo tendremos una pandemia de gripe aviar”. Otros, como Jennifer Nuzzo de la Universidad de Brown, enfatizan la urgencia de la situación, señalando que la persistente aparición de nuevos casos indica resistencia y adaptabilidad dentro del virus. En este desafiante panorama, hay un rayo de esperanza: las formas actuales del virus H5N1 no parecen ser tan mortales para los humanos como se temía inicialmente. Sin embargo, no se puede ignorar la imprevisibilidad de las mutaciones virales y el potencial de cepas más severas en el futuro. Las lecciones aprendidas de COVID-19 subrayan la necesidad de un enfoque bien coordinado y proactivo frente a las amenazas de salud pública, especialmente mientras enfrentamos las posibles consecuencias de una pandemia de gripe aviar. Es imperativo que no repitamos los errores del pasado, especialmente cuando las apuestas son tan altas.