Desbloqueando el secreto de la infancia: ¿por qué el tiempo avanza lentamente para los niños y se acelera para los adultos?

Desbloqueando el secreto de la infancia: ¿por qué el tiempo avanza lentamente para los niños y se acelera para los adultos?

Los niños perciben el tiempo de manera diferente a los adultos, influenciados por las emociones y las experiencias, lo que ha llevado a investigar el desarrollo cognitivo y la memoria.

Juan Brignardello, asesor de seguros

Juan Brignardello Vela

Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.

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Salud 07.09.2024

En muchos hogares, a menudo surgen debates animados sobre el paso del tiempo, especialmente entre los niños y sus percepciones. Una conversación reciente en mi propia casa destacó este fenómeno. Mi hijo insiste en que el tiempo se arrastra durante los viajes en coche, mientras que mi hija afirma que los fines de semana, llenos de películas y relajación, hacen que el tiempo vuele. Sin embargo, ambos coinciden en que los días posteriores a la Navidad y a los cumpleaños parecen arrastrarse, llenos de la anticipación de otro año antes de la próxima celebración. Como adultos, a menudo recordamos sentimientos similares de nuestra infancia, donde los largos días soleados de verano parecían extenderse interminablemente. La intrigante pregunta de por qué los niños perciben el tiempo de manera diferente a los adultos está ganando la atención de psicólogos como Teresa McCormack, experta en desarrollo cognitivo de la Universidad Queen's de Belfast. Su investigación profundiza en si los relojes internos de los niños funcionan a una velocidad diferente en comparación con los adultos. A pesar del interés en este tema, mucho sigue siendo desconocido. McCormack señala que, si bien los niños muestran conciencia de las rutinas, como los horarios de las comidas y de dormir, su comprensión del tiempo lineal—cómo se relacionan los eventos pasados y futuros—todavía se está desarrollando. Los adultos, por otro lado, pueden conceptualizar el tiempo independientemente de los eventos, ayudados por su familiaridad con relojes y calendarios. Esta capacidad está entrelazada con el lenguaje, ya que los niños tardan en dominar términos temporales como "antes", "después", "mañana" y "ayer". Este desafío lingüístico impacta su capacidad para articular su experiencia del tiempo. Además, el contexto en el que se percibe el tiempo es significativamente importante. Si se les pide juzgar el tiempo de manera retrospectiva en comparación con durante un evento, las personas a menudo llegan a conclusiones diferentes sobre su transcurso. La investigación sugiere que los niños más pequeños basan su percepción del tiempo en sus estados emocionales. Por ejemplo, pueden sentir que el tiempo pasa más lentamente durante una larga lección escolar, especialmente si están aburridos o ansiosos. A medida que los niños crecen, comienzan a entender la relación entre velocidad y duración. Sin embargo, el contexto emocional sigue siendo crucial; los momentos felices pasan volando, mientras que las experiencias tristes tienden a prolongarse. En un fascinante estudio realizado por Zoltán Nádasdy de la Universidad Eötvös Loránd, participantes de diferentes edades vieron una serie de videos y luego evaluaron su duración percibida. Los resultados fueron reveladores: los niños más pequeños encontraban que los clips llenos de acción duraban más, mientras que los adultos percibían lo contrario. Esto resalta cómo los individuos más jóvenes utilizan experiencias sensoriales más inmediatas para medir el tiempo, ya que carecen de los marcos sofisticados que los adultos han desarrollado. A medida que los niños pasan a la educación formal, su comprensión del tiempo comienza a cambiar. La escuela introduce horarios y rutinas, lo que puede alterar su percepción del tiempo a medida que aprenden a sincronizar sus experiencias con una línea de tiempo estructurada. McCormack señala que los procesos de control de los niños difieren de los de los adultos, contribuyendo a su impaciencia. Además, su enfoque atencional puede impactar significativamente su percepción del tiempo; cuanto más atentos están, más lento parece pasar el tiempo. La interacción entre la memoria y la percepción del tiempo también es crítica. Estudios muestran que nuestra experiencia del tiempo puede ser moldeada por cómo se forman y se recuerdan las memorias. El trabajo anterior de Nádasdy sobre la percepción del tiempo destacó que cuando las personas participan en experiencias novedosas, a menudo perciben esos períodos como más largos. Este concepto apoya la idea de que los niños, con su propensión a nuevas aventuras, pueden tener un repositorio más rico de recuerdos que alarga su percepción del tiempo. Además, los cambios físicos en cómo procesamos la información sensorial a medida que envejecemos pueden desempeñar un papel. Adrian Bejan, profesor en la Universidad de Duke, sugiere que a medida que envejecemos, las vías para procesar la información visual se vuelven más complejas, lo que potencialmente ralentiza nuestra percepción del tiempo. Esto, junto con una tendencia hacia la rutina y la previsibilidad en la vida adulta, puede explicar por qué el tiempo parece comprimirse a medida que envejecemos. Curiosamente, la investigación indica que los estados emocionales no son solo un factor para los niños, sino también para los adultos. El estrés, la monotonía y las rutinas pueden hacer que el tiempo parezca moverse más rápido. Durante el período de confinamiento, muchos informaron una distorsión en la percepción del tiempo debido al aumento del estrés y a la disminución de actividades, lo que llevó a una sensación de que el tiempo se arrastraba. Por el contrario, participar en actividades nuevas y emocionantes puede mejorar nuestra experiencia del tiempo. Entonces, ¿podría haber una manera para que los adultos recuperen esa sensación de tiempo similar a la de la infancia? Algunos estudios sugieren que la actividad física puede ayudar en este sentido, ya que hacer ejercicio puede alterar nuestra percepción del tiempo. Además, introducir novedad en la vida diaria—probar cosas nuevas, tomar rutas diferentes o incluso participar en actividades creativas—puede proporcionar una nueva perspectiva sobre el tiempo. Al reflexionar sobre nuestras experiencias, queda claro que entender cómo los niños perciben el tiempo puede enriquecer nuestra apreciación por los momentos de la vida. Al redescubrir la alegría de nuevas experiencias y cultivar la atención plena en nuestras rutinas, podríamos encontrar una manera de saborear el tiempo, reminiscentes de esos largos y despreocupados días de infancia.

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