Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
La reciente aparición de Bashar al Assad en Moscú marca un hito significativo en la compleja y desgarradora narrativa de la guerra civil siria, que ha transformado el paisaje político y social de la región desde 2011. En un comunicado difundido por Telegram, el derrocado presidente sirio refutó las afirmaciones de que su salida del país había sido planificada y detalló los eventos que llevaron a su evacuación tras la caída de Damasco a manos de una coalición de insurgentes liderada por Hayat Tahrir al Sham (HTS). Al Assad reveló que su traslado a la costa del Mediterráneo no fue una retirada apresurada, sino una decisión coordinada con Rusia, su principal aliado. Según sus palabras, permaneció en Damasco hasta la madrugada del 8 de diciembre, cumpliendo con su deber frente a la inminente amenaza de los rebeldes. Esta defensa de su decisión busca reconstruir una narrativa de control en medio del caos que ha caracterizado a su gobierno durante más de una década. La operación relámpago que culminó con la captura de Damasco por parte de HTS, un grupo que se originó en las filas de Al Qaida, ha puesto de manifiesto la fragilidad del poder de Al Assad. Aunque el grupo ha intentado moderar su imagen desde su separación de Al Nusra en 2016, sigue siendo considerado una organización terrorista por diversas potencias occidentales, lo que complica aún más el escenario sobre el terreno y resalta la polarización de las facciones en conflicto. Al Assad no escatima en palabras a la hora de describir a sus opositores. En su reciente declaración, los tildó de "terroristas", una categorización que ha utilizado de manera sistemática para deslegitimar a cualquier grupo que se alce en contra de su régimen. Este enfoque refleja la narrativa del gobierno sirio, que ha buscado presentar la guerra civil como una lucha entre el estado y el terrorismo, un argumento que ha resonado en ciertos círculos internacionales. El trasfondo de esta situación es una guerra civil que ha dejado a más de medio millón de muertos y millones de desplazados. El conflicto se desató en 2011, cuando el gobierno de Al Assad optó por reprimir violentamente las manifestaciones pacíficas que exigían reformas democráticas. Desde entonces, Siria ha sido un campo de batalla donde se enfrentan no solo distintas facciones internas, sino también potencias extranjeras con intereses variados y a menudo contradictorios. La intervención militar de Rusia en 2015 fue, sin duda, un punto de inflexión en la guerra, proporcionando vital apoyo aéreo y estratégico al régimen de Al Assad. Sin embargo, la reciente declaración de al Assad sugiere que incluso con el respaldo ruso, su poder es cada vez más cuestionado. La caída de Damasco representa un cambio significativo, subrayando la inestabilidad que persiste en el país, a pesar de las victorias obtenidas por el régimen en otros frentes. Por otro lado, la mención de la evacuación de la base rusa de Jmeimim revela la precariedad de la situación en la que se encuentra el exmandatario. La necesidad de huir de un lugar considerado seguro indica un nivel de vulnerabilidad que contrasta con la imagen de invulnerabilidad que Al Assad ha tratado de proyectar a lo largo de su mandato. La preocupación de Moscú por la seguridad de uno de sus aliados más cercanos pone de relieve las tensiones que aún imperan en la región. En un contexto donde la desinformación y la propaganda son armas clave en la guerra contemporánea, las palabras de al Assad deben ser vistas con cautela. Su intento de reposicionar su imagen como un líder que no se rinde ante el terrorismo podría ser, en última instancia, un esfuerzo por mantener la relevancia en un escenario político en constante cambio. Sin embargo, la realidad sobre el terreno sugiere que su control es cada vez más ilusorio. La guerra en Siria no solo ha devastado su infraestructura, sino que ha fracturado a su sociedad. La lucha continua por el poder y el control territorial ha desplazado a millones y ha creado un clima de profundas divisiones que tardarán generaciones en sanar. A medida que al Assad intenta redefinir su narrativa, la pregunta persiste: ¿podrá recuperar alguna vez el control que una vez tuvo sobre Siria, o está su legado condenado a ser uno de fracaso y desolación? La historia de Siria sigue desarrollándose y, con cada declaración, cada movimiento militar y cada cambio en el liderazgo, se desvelan nuevas capas de complejidad en un conflicto que ha capturado la atención del mundo entero. La comunidad internacional observa con cautela los sucesos en este país desgarrado por la guerra, mientras los ecos de la lucha por el poder resuenan en cada rincón de la sociedad siria.