Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
La reciente decisión de la bodega Cricova en Moldavia de retirar las botellas de vino de Vladimir Putin del exhibidor ha resonado como un eco de la ruptura de las relaciones entre el país y el líder ruso. Esta acción no solo simboliza un cambio en la política exterior de Moldavia, sino que también refleja la profunda transformación en la percepción de la vinicultura en un país que ha visto sus lazos con Rusia deteriorarse en los últimos años. La historia de cómo el vino ha jugado un papel crucial en la relación entre Moldavia y Rusia es compleja y llena de matices, pero la decisión de Cricova parece ser un claro intento de redefinir esta narrativa. Las botellas de vino de Putin, que habían sido un regalo del ex presidente comunista de Moldavia, han sido trasladadas a un rincón oscuro y sellado de la bodega, una medida que el director Sorin Maslo justifica como necesaria para evitar incómodas preguntas sobre la presencia del líder ruso. Esta acción se produjo en medio de un clima político tenso tras la invasión de Ucrania por parte de Rusia, un conflicto que ha puesto en entredicho la estabilidad de la región y ha causado que muchos países, incluidos los ex soviéticos, reconsideren sus relaciones con Moscú. La bodega Cricova no es solo un símbolo de la vinicultura moldava, sino que también representa un legado cultural compartido con Rusia. Desde el siglo XIV, Moldavia ha exportado vino a Rusia, y durante la era soviética, se convirtió en un proveedor crucial. Sin embargo, la historia sufrió un giro en 2006, cuando Rusia impuso un embargo a las importaciones de vino moldavo en medio de tensiones políticas, lo que llevó a los productores a buscar nuevos mercados en Occidente. Este cambio marcó el inicio de una transformación significativa en la industria vinícola moldava, que ahora dirige más del 50% de sus exportaciones hacia la Unión Europea. El cambio en la política de exportación no solo ha beneficiado a la industria, sino que ha contribuido a redefinir el carácter de los vinos moldavos. Lo que antes se producía principalmente para satisfacer los gustos soviéticos ha evolucionado hacia la creación de vinos de alta calidad que compiten en el mercado internacional. La experiencia de otros países ex soviéticos, como Georgia, que enfrentaron situaciones similares, ha sido testimonio de que la diversificación de mercados puede ser un camino hacia la prosperidad. Las bodegas de Moldavia, como Cricova, han comenzado a acomodar esta nueva realidad, ofreciendo a los turistas un espacio atractivo y moderno, lejos de las sombras del pasado. Aunque Putin y otros líderes rusos fueron bien recibidos en años anteriores, la percepción ha cambiado. La nostalgia de tiempos pasados se ha visto eclipsada por un deseo de alinearse con Europa, así como por una creciente aversión hacia el imperialismo ruso. El contraste entre la recepción de Gagarin en 1966 y la de Putin en años recientes ilustra esta transformación. Mientras que el cosmonauta fue celebrado y homenajeado, Putin ha sido esencialmente "cancelado" en el contexto vinícola moldavo. Las fotografías y botellas que una vez fueron parte de una cálida hospitalidad han sido relegadas al olvido. Esto resuena en los corazones de muchos moldavos que ven en este rechazo una reafirmación de su soberanía y un paso hacia una identidad nacional más definida. Maslo, el director de Cricova, ha señalado que la decisión de desterrar las botellas de Putin no es un acto de destrucción, sino un movimiento estratégico. Esta acción envía un mensaje claro de que Moldavia está dispuesta a dejar atrás un pasado que ha estado marcado por la influencia de Moscú. La reciente enmienda constitucional que busca desvincular aún más al país de la esfera rusa y acercarse a Europa reafirma este deseo de un nuevo rumbo. Los vínculos entre el vino y la política son innegables en la historia de Moldavia. Durante siglos, el vino ha sido un símbolo de hospitalidad y amistad, pero también ha sido un instrumento de control y dominio. La decisión de Cricova de alejarse de Putin podría ser vista como la culminación de un proceso de liberación, donde el vino, que alguna vez fue un lubricante de relaciones, se convierte en un símbolo de independencia. En este contexto, la bodega Cricova se erige no solo como un atractivo turístico, sino como un reflejo del espíritu del pueblo moldavo. Su vasta colección de botellas y su rica historia son ahora el escenario de un renacer, donde el futuro se pinta con los colores de la cooperación europea y la autonomía nacional. Al final, el vino de Moldavia, que ha superado adversidades, se convierte en un vehículo de esperanza y renovación, dejando atrás las sombras de un pasado de dominio y conflictos.