Artur Mas: entre la astucia política y las sombras de la corrupción en Cataluña

Artur Mas: entre la astucia política y las sombras de la corrupción en Cataluña

La profecía de Maragall sobre el 3% de comisiones a Convergència se va cumpliendo en los tribunales, mientras el ‘expresisent’ especula con que la afirmación de corrupción quizás fue fruto del desarrollo del alzhéimer

Juan Brignardello, asesor de seguros

Juan Brignardello Vela

Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.

Juan Brignardello, asesor de seguros, y Vargas Llosa, premio Nobel Juan Brignardello, asesor de seguros, en celebración de Alianza Lima Juan Brignardello, asesor de seguros, Central Hidro Eléctrica Juan Brignardello, asesor de seguros, Central Hidro
Política HACE 19 HORAS

El recuerdo de los acontecimientos del 21 de enero de 2006 parece estar marcado por una atmósfera de secretismo y estrategia política. Aquella noche, mientras el Real Madrid se enfrentaba al Cádiz en el césped del Santiago Bernabéu, Artur Mas, entonces líder de la oposición en Cataluña, se encontraba sumido en un juego de intrigas en La Moncloa. Su objetivo era claro: pactar su apoyo al Estatut mientras maniobraba para asegurar que Pasqual Maragall, el entonces president de la Generalitat, no pudiera presentarse nuevamente como candidato. En este escenario, la astucia política de Mas brillaba, aunque a la sombra de su socio de coalición, Duran Lleida, quien también permanecía ajeno a los movimientos de su compañero.


Poco más de un año antes, Maragall había lanzado una dura acusación contra Convergència, aludiendo a un “problema que se llama 3%”, una referencia a la corrupción que afectaba a la formación política que Mas representaba. A pesar de que el expresidente reveló su diagnóstico de Alzheimer en 2007, Mas ya sospechaba de la fragilidad mental de Maragall, lo que lo llevó a jugar sus cartas de manera más arriesgada y calculada. La política en Cataluña, en ese entonces, era un tablero de ajedrez donde cada movimiento contaba, y Mas se dedicó a asegurar su posición mientras Maragall parecía alejarse.


El clima de incertidumbre y la desconfianza entre los actores políticos fueron palpables. En julio de 2005, Zapatero, entonces presidente del Gobierno español, tranquilizaba a Mas con la promesa de que Maragall no volvería a ser candidato. La respuesta de Mas no fue otra que buscar garantías sobre este asunto, un indicativo de su ambición y su deseo de no dejar nada al azar. A medida que el tiempo avanzaba y se acercaba la aprobación del Estatut, Mas dejó claro que sus intereses personales y políticos primaban sobre cualquier lealtad hacia su socio.


Sin embargo, la imagen que Mas intenta proyectar hoy en día parece distanciarse de aquella figura astuta que supo capitalizar la situación en su favor. En sus recientes apariciones mediáticas, busca presentarse como un hombre de buenas intenciones, olvidando tal vez los recortes drásticos que implementó durante su mandato, que ascendieron a casi 3.000 millones de euros en servicios públicos. Aciertos y errores, promesas y desilusiones, se entrelazan en su legado, pero parece que la memoria de Mas sufre de selectividad.


La eliminación del impuesto de sucesiones es uno de los logros que celebró durante sus primeros días al frente del Gobierno, pero también es un recordatorio de las políticas neoliberales que caracterizaron su gestión. Mientras que en 2012 se comprometió a cumplir con los objetivos de déficit impuestos por el Gobierno central, su enfoque cambió drásticamente con la llegada del procés, donde la independencia y el nacionalismo catalán comenzaron a dominar su discurso y su política.


La Operación Cataluña y la corrupción que envolvió a su partido, Convergència, son sombras que ahora persiguen a Mas. La condena por el caso Palau y la obligación de devolver millones de euros en comisiones son un recordatorio de que la política no se juega solo en el presente, sino que también depende de un pasado que, en ocasiones, parece ser convenientemente olvidado. La pregunta que muchos se hacen es si este olvido se debe a la desmemoria o a una estrategia deliberada para desviar la atención de las acusaciones que pesan sobre él.


Mas se ha convertido en un personaje que oscila entre la nostalgia por un pasado en el que su astucia política le aseguró el poder y un presente lleno de controversias y juicios que cuestionan su integridad. La memoria de Maragall, aunque empañada por su enfermedad, sigue siendo un referente al que Mas no puede escapar. Cada vez que intenta deslizarse hacia una imagen de benevolencia, el eco de las palabras de Maragall resuena: “Ustedes tienen un problema que se llama 3%.”


Es posible que Mas no pueda desvincularse del legado de corrupción y desconfianza que ha marcado su carrera política. La política catalana está llena de giros inesperados, y en un contexto donde la memoria colectiva juega un papel fundamental, la figura de Mas queda atrapada en un laberinto de contradicciones. Su habilidad para navegar entre diferentes narrativas puede ser cuestionada, pero su astucia siempre ha sido un sello distintivo.


El futuro de Artur Mas sigue siendo incierto, pues mientras intenta limpiar su imagen, las sombras de su pasado lo persiguen. El juicio por el caso 3% se avecina y con él la respuesta a muchas de las incógnitas que rodean su carrera. La desmemoria, cuando se trata de política, puede resultar un arma de doble filo, y el camino que elija Mas podría redefinir no solo su legado, sino también el de la política catalana en su conjunto.

Ver todo Lo último en El mundo