Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
La situación financiera de Brasil se encuentra en un punto crítico, marcado por el análisis de los fondos de pensiones, que en conjunto suman más de R$ 500 mil millones, y su incapacidad para invertir en emprendimientos inmobiliarios e infraestructura. Este panorama ha sido sacudido por escándalos de corrupción que han dejado un agujero estimado en R$ 50 mil millones, resultante de inversiones impulsadas por sobornos durante los gobiernos de Lula da Silva y Dilma Rousseff. En este contexto, el presidente Lula ha expresado su intención de revocar restricciones que impiden el uso de esos recursos en sectores cruciales para el desarrollo del país. Para lograr esta meta, Lula busca la aprobación de una autorización en la Secretaría de Previsión Complementaria que permita a los fondos reinvertir en títulos inmobiliarios e infraestructura. Sin embargo, la respuesta de los gestores de los fondos ha sido clara: están dispuestos a considerar este nuevo modelo solo si se deroga un decreto presidencial que penaliza a los responsables de "errores de gestión" con inhabilitaciones de hasta diez años y multas que pueden alcanzar el millón de reales. Este punto de discusión ha desatado un intenso debate, en el que la "criminalización" del sector ha sido utilizada como argumento por los líderes de los fondos. Es un hecho que el término "criminalización" ha comenzado a ser utilizado de manera curiosa, como si se tratara de una injusticia hacia quienes han sido responsables de actos delictivos. Para muchos empleados y pensionistas de entidades como la Caixa, Petrobras y los Correos, este concepto de "criminalización" no representa más que una burla ante los delitos que han sido cometidos con sus ahorros, aquellos que han acumulado durante toda una vida laboral con el fin de asegurar una jubilación tranquila. Las revelaciones sobre el modo en que figuras como Joesley y Wesley Batista han utilizado los fondos de pensiones para sus propios beneficios son alarmantes. Estos empresarios confesaron haber obtenido más de R$ 500 millones de Funcef y Petros para financiar fusión de empresas de celulosa, destacando la falta de ética y la corrupción que han permeado el sistema. Asimismo, el caso de Marcelo Odebrecht, quien logró convencer a Previ para que invirtiera en propiedades con precios exorbitantes, subraya la necesidad de una revisión exhaustiva de cómo se gestionan estos recursos. Frente a este contexto, el gobierno de Lula ha propuesto una solución que involucra el uso de los fondos de las empresas para cubrir el déficit existente en los sistemas de pensiones. Por ejemplo, los Correos han prometido aportar R$ 7,6 mil millones al Postalis, aunque el déficit total asciende a R$ 15 mil millones. Esto significa que los empleados y jubilados aún deberán enfrentar la carga de cubrir la diferencia, una situación que no solo es insostenible, sino que también genera una creciente desconfianza en el manejo gubernamental de los fondos. En Petrobras, la situación es similar, ya que se discute un aporte que no solo buscaría cubrir las pérdidas, sino que también implica el pago de compensaciones millonarias por parte de la empresa a la masa fallida de Sete Brasil. Esta perspectiva ha suscitado críticas y una sensación de injusticia, ya que la petrolera, que debería ser vista como víctima en estos casos, parece estar asumiendo un rol de culpable en la narrativa del gobierno. El regreso de figuras como João Vaccari Neto a la cúpula del poder ha añadido una capa más de complejidad a esta situación. Su influencia en el manejo de los fondos de pensión es innegable, y su conexión con el Partido de los Trabajadores (PT) plantea interrogantes sobre la transparencia y la ética en la gestión de estos recursos. En este sentido, la aprobación de nuevas medidas que permiten a los sindicatos acceder a los recursos del Fondo de Amparo al Trabajador (FAT) genera aún más inquietudes sobre la capacidad de control sobre el uso de estos montos. El objetivo de estas nuevas regulaciones es ayudar a entidades que han enfrentado dificultades tras la eliminación del impuesto sindical obligatorio. Sin embargo, la falta de estrictos controles sobre cómo se administrará el dinero que ahora podría ser destinado a proyectos a través de diputados y sindicalistas es motivo de preocupación, especialmente considerando el historial del fondo en materia de escándalos. A medida que el PT y Lula intentan recuperar su influencia, la sombra de un pasado problemático se cierne sobre su estrategia política y económica. A pesar de que el contexto actual demanda una respuesta innovadora y efectiva, parece que el entorno de Lula se aferra a fórmulas obsoletas que ya han demostrado ser perjudiciales. La falta de creatividad y la dependencia de prácticas pasadas podrían socavar cualquier intento de avanzar hacia un futuro más próspero y sostenible. En resumen, Brasil se enfrenta a una encrucijada. La urgencia de abordar los problemas actuales con nuevas estrategias se hace evidente, pero la repetición de errores del pasado podría llevar al país hacia una nueva crisis de confianza y sostenibilidad financiera. La cuestión está en si el gobierno podrá aprender de su historia o si, por el contrario, se repetirá el ciclo de corrupción y desconfianza que ha marcado a las instituciones en los últimos años.