Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
Ri Il-kyu, un exdiplomático de alto rango de Corea del Norte que desertó de su embajada en Cuba hace ocho meses, ha compartido valiosas y reveladoras reflexiones sobre el régimen de Kim Jong-un y la situación interna de su país. Tras trabajar como consejero de asuntos políticos en La Habana, Ri, quien ahora reside en Corea del Sur, se ha convertido en la voz de un sistema que ha mantenido su opacidad y represión por décadas. Su historia no solo es un testimonio de su valentía personal, sino también un reflejo de la creciente incertidumbre y descontento que se cierne sobre Corea del Norte. En sus encuentros directos con Kim Jong-un, de los que recuerda haber tenido hasta siete, Ri describe al líder norcoreano como una persona que, en su exterior, pudo parecer amable y accesible. Sin embargo, a pesar de esta fachada, el exdiplomático no tiene dudas de que el líder haría cualquier cosa para garantizar su supervivencia, incluso a costa de la vida de su propio pueblo. “Podría haber sido una persona maravillosa”, dice Ri, “pero el hecho de erigirlo como un dios lo ha convertido en un ser monstruoso”. Esta dualidad en la personalidad de Kim Jong-un refleja la complejidad de un régimen que mezcla la tiranía con una imagen de benevolencia. Ri también ofrece un vistazo a la lógica interna del régimen norcoreano, que continúa considerando a figuras como el expresidente estadounidense Donald Trump como posibles interlocutores. A pesar del fracaso de las negociaciones en 2019, Ri considera que el regreso de Trump a la presidencia podría ser visto por Corea del Norte como “una oportunidad única en mil años”. Esta percepción revela la dependencia del régimen en la política internacional y su deseo de mantenerse a flote mediante alianzas estratégicas, incluso a costa de la búsqueda de una solución sostenible a sus conflictos nucleares. A medida que Ri narra su experiencia en la embajada y los problemas cotidianos que enfrentó, queda claro que la corrupción y la falta de libertades son una constante en la vida de los diplomáticos norcoreanos. Su intento de buscar atención médica en el extranjero se convirtió en el catalizador para su deserción. “Viví la vida del 1% más rico de Corea del Norte, pero no deja de ser peor que la de una familia de clase media en el Sur”, sentencia, enfatizando la disparidad entre las percepciones de riqueza y la dura realidad de la vida en su país natal. Los temores de represalias ante un intento de deserción son alarmantes. Ri describe cómo, para los funcionarios de su estatus, las consecuencias de ser atrapados pueden ser fatales. “Para las élites como nosotros, solo hay dos resultados: la vida en un campo de prisioneros políticos o ser ejecutados”, dice. La magnitud del miedo que siente se agrava al pensar en su familia, a quienes tenía que proteger de las represalias del régimen. Este contexto de terror y control perpetuo es, según Ri, una de las razones por las que la lealtad hacia Kim Jong-un se ha vuelto cada vez más endeble. La llegada de contenidos culturales surcoreanos a las vidas de los norcoreanos está comenzando a tener un impacto significativo, aunque sea de forma clandestina. Ri sugiere que, aunque esas influencias están erosionando la lealtad oficial al régimen, el control que Kim ejerce es tan estricto que el colapso del régimen no es inminente. “Kim Jong-un es muy consciente de que la lealtad está menguando, por eso intensifica su régimen de terror”, indica, refiriéndose a las leyes que castigan severamente a quienes consumen o distribuyen productos culturales del sur. El exdiplomático también reflexiona sobre el reciente acercamiento entre Corea del Norte y Rusia, que ha mostrado a Pyongyang un camino para eludir las sanciones internacionales. Este resurgimiento en los lazos bilaterales se interpreta como una respuesta táctica a la adversidad económica y política, aunque Ri considera que esta alianza es temporal y que el régimen aún busca normalizar relaciones con Estados Unidos como un medio para garantizar su supervivencia a largo plazo. A largo plazo, Ri no cree que el régimen de Kim Jong-un dependa de su salud o de la posible sucesión de su hija. En su opinión, un cambio verdadero vendrá solo si hay presión internacional continua, incluyendo de aliados como China y Rusia. La idea es que la comunidad internacional debe unirse para inducir un cambio interno en Corea del Norte, ya que solo así se podría derribar la dictadura que ha asfixiado a su pueblo por generaciones. Ri Il-kyu, aunque ha dejado atrás el régimen que lo formó, siente una profunda responsabilidad hacia su gente. Su esperanza es que su decisión de desertar inspire a otros a buscar pequeños cambios desde dentro, por lo que defiende la necesidad de libertad básica: la capacidad de elegir un trabajo, la seguridad alimentaria y la oportunidad de expresar opiniones sin temor a represalias. Mientras se adapta a su nueva vida en Corea del Sur, su ambición más inmediata es facilitar la integración de su familia en una sociedad que es radicalmente diferente a la que conocían. Su travesía es, en última instancia, un microcosmos de la lucha que enfrenta un país entero, donde la esperanza a menudo parece un lujo inalcanzable. “Esta es una deuda que debo pagar por el resto de mi vida”, concluye Ri, recordando el sacrificio que hizo al optar por un futuro incierto, pero libre.