Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
La presentación de la presidenta Dina Boluarte en el hemiciclo del Congreso durante las Fiestas Patrias ha dejado un sabor agridulce en la política peruana. A pesar de las expectativas moderadas, el discurso se extendió durante cinco largas horas, superando incluso el tiempo de la intervención del año anterior. Este exceso temporal, lejos de enriquecer el contenido, terminó por diluir los pocos anuncios que podrían haber generado interés o esperanza entre los ciudadanos. En este contexto, es importante resaltar que el anuncio más destacado fue la propuesta de crear un nuevo ministerio de infraestructura, que manejaría un presupuesto de aproximadamente 17,000 millones de soles. Aunque la idea de un ministerio dedicado a la infraestructura no es intrínsecamente negativa y ha funcionado en otros países, la experiencia peruana sugiere que el nuevo ente podría enfrentar los mismos obstáculos que han limitado el éxito de ministerios consagrados a la construcción y el saneamiento. La preocupación radica en que este nuevo ministerio podría convertirse en un caldo de cultivo para la corrupción, especialmente dado su considerable presupuesto. Uno de los temas que más se esperaba en el discurso era la política de seguridad ciudadana, pero, nuevamente, la presidenta dejó a la ciudadanía con las manos vacías. A pesar de presentar cifras aparentemente impresionantes sobre la desarticulación de bandas criminales, no se ofrecieron planes concretos para abordar la creciente inseguridad en las calles. Las referencias a programas como Amanecer Seguro y Retorno Seguro son insuficientes frente a los serios desafíos que enfrenta el país en este ámbito. Además, se omitió cualquier crítica al Legislativo sobre su papel en facilitar la continuidad de economías criminales, como la minería ilegal. La presidenta Boluarte también asumió una posición de víctima respecto a los escándalos de corrupción que han marcado su gestión. En un pasaje particularmente curioso, criticó la administración de Pedro Castillo, de la cual formó parte como ministra. Esta falta de autocrítica no solo sorprende, sino que también pone en evidencia una desconexión con la realidad, ya que ella misma ha sido parte del entramado que ahora denuncia. La presencia de su hermano, Nicanor Boluarte, en el palco durante su discurso, un hombre que enfrenta múltiples investigaciones por corrupción, refuerza la percepción de que el entorno de la presidenta está lejos de ser transparente. Este discurso, que se suponía debía servir como un informe de gestión y una hoja de ruta hacia el futuro, terminó por convertirse en un monólogo que apenas logró conectar con las preocupaciones más apremiantes de los peruanos. La presidenta parece haber perdido la oportunidad de aprovechar el escenario para construir puentes, ofrecer soluciones y demostrar un compromiso real con la rendición de cuentas. El contexto político del país, marcado por la desconfianza hacia las instituciones y la ciudadanía demandando cambios significativos, requiere más que palabras vacías. Los ciudadanos esperan un liderazgo que no solo informe, sino que también proponga acciones concretas y efectivas. Sin embargo, lo que se vivió en el hemiciclo fue una muestra de retórica sin sustancia. La falta de autocrítica y la incapacidad de presentar un plan claro para abordar la crisis de seguridad y otros problemas sociales han dejado en el aire la pregunta de si la presidenta Boluarte realmente entiende la magnitud de los desafíos que enfrenta su administración. Este discurso no es más que un eco de promesas vacías que han llegado a ser la norma en la política peruana. Es evidente que, tras múltiples crisis y un año de gestión controvertida, la presidenta no puede continuar eludiendo su responsabilidad en la administración pública. La historia recordará su discurso de Fiestas Patrias como una ilustración de lo que ocurre cuando se habla mucho, pero se dice poco. En la política, las palabras deben ir acompañadas de acciones, y el tiempo para esas acciones es ahora. La expectativa de la ciudadanía no se limita a un discurso bien elaborado; se traduce en la necesidad de reformas efectivas y un compromiso genuino con la lucha contra la corrupción y la mejora de la calidad de vida de todos los peruanos. Confiar en que las palabras de la presidenta Boluarte se transformen en acciones reales es un desafío que hasta ahora ha significado más desconfianza que esperanza.