México: el muro infranqueable que detiene a la ultraderecha
México ha logrado contener a la ultraderecha antes de las elecciones, con un candidato que no pudo presentarse por falta de firmas. La estabilidad política y la solidez económica del país son obstáculos para la ultraderecha, y el sistema electoral también juega en su contra. A pesar de las proclamas en redes sociales, la ultraderecha mexicana no ha logrado tener un asiento en la política debido a diversas razones. Además, México sigue luchando por conquistar derechos sociales consolidados en otras democracias más antiguas. Aunque existen vínculos con la ultraderecha española, el país no permite que esta corriente se exprese como quisiera. Aunque México está rodeado por la extrema derecha en el norte y el sur, hasta ahora ha logrado resistir su penetración en sus fronteras.
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México, el muro contra el que se estrella la ultraderecha
México ha puesto freno a la ultraderecha antes incluso de celebrarse las elecciones. Un candidato en contra del aborto y a favor de la familia tradicional, Eduardo Verástegui, ha tratado de presentarse como independiente para las presidenciales de junio de este año, pero no ha conseguido las firmas suficientes que impone la tortuosa burocracia electoral del país.
En México, la extrema derecha choca contra un poderoso muro de hielo por razones históricas y actuales: la estabilidad política que construyó durante años la dictadura perfecta del PRI no deja mucha cabida para aventuras en los márgenes; el país vive además estos días una solidez económica que conjura las grandes revueltas sociales, generosos caladeros para las iniciativas de corte radical.
Las redes sociales y sus contagiosas proclamas acercan a la población a cualquier alocada idea que se cruce en su camino, pero en México no alcanzan el asiento que busca la ultraderecha porque son varias las razones que juegan en su contra. En estos días se señala como principal tope el sistema electoral, que obliga a un candidato independiente a recabar firmas equivalentes al 1% de la ciudadanía con derecho a voto, lo que significa cerca de un millón, que además tienen que estar repartidas equitativamente entre 17 Estados, un reto mayúsculo para un candidato sin infraestructura partidista.
En septiembre de 2021, un terremoto político sacudió México cuando varios senadores panistas recibieron al líder de la ultraderecha española, Santiago Abascal, y un puñado de diputados de Vox. Un año después, México fue anfitrión de la ultraderecha mundial, en un congreso organizado por Verástegui en el que participaron, en directo o por videoconferencia, Steve Bannon, Eduardo Bolsonaro, Javier Milei o el chileno José Antonio Kast, entre otros muchos de un lado y otro del océano Atlántico.
En otros ámbitos, México está todavía a la conquista social de derechos ya consolidados en democracias más antiguas, como el aborto, los matrimonios gais o el laicismo, por más que el país se desligara con éxito de la poderosa Iglesia que legaron los españoles en el virreinato.
En 1953 se fundó en México la organización nacional del Yunque, donde todavía hoy se agrupa la más católica y extrema derecha, con alguna universidad bajo su égida y congresistas del PAN relacionados con ella. Los vínculos de esta agrupación con la ultraderecha española de Vox son notables, mayores si cabe que el músculo que muestra en su propio país.
En 2018, tras décadas de priismo y panismo, un nuevo partido conquistó el poder, Morena, de la mano del actual presidente, Andrés Manuel López Obrador, con una mayoría incontestable que mantiene hoy día y que le augura, según las encuestas, una nueva victoria cómoda en junio a su sucesora, Claudia Sheinbaum.
"El país está polarizado en dos vertientes, por un lado, Morena, y por otro, el bloque opositor, con el PAN como principal partido, porque sus aliados del PRI y PRD están en pleno declive. Si la ultraderecha quiere hacer algo, tendrá que aliarse con el PAN, donde ya están muchos, pero no lo dicen abiertamente para no espantar a la población", afirma María Eugenia Valdés Vega, experta en Procesos Políticos por la Universidad Autónoma Metropolitana.
"México sigue siendo un país de tradiciones liberales y aspiraciones contra la desigualdad que no permiten a la ultraderecha expresarse como quiere o puede en otros países", sostiene. Vega Valdés considera, además, que el sistema electoral es tan laberíntico para la formación de partidos y presentar candidaturas independientes que raya lo ridículo, razón por la cual, "la ultraderecha no lo tiene fácil tampoco".
"El ideario de la ultraderecha mexicana se asocia más que con el fascismo, de fuerte presencia estatista, con el Falangismo español, por eso suena tan anacrónico, tan de Guerra Fría, todavía en contra del cabello largo entre los hombres, de la homosexualidad y a favor del núcleo familiar clásico", dice Santiago. "No quiero ser futurólogo ni catastrofista, pero creo que el resto de monstruos, como Trump o Bolsonaro o Milei son hijos de las crisis económicas, algo que no ocurre hoy en México. Pero hay que poner atención", sugiere.
Comoquiera, el sándwich de extrema derecha en el que está metido México por el norte y el sur no logra penetrar en sus fronteras, por más que Verástegui viera una esperanza en aquel congreso en el que le animaron las voces más altisonantes del planeta para dar el salto a la política. Por ahora.