Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
La reciente cumbre de APEC ha dejado un cúmulo de sensaciones encontradas en Perú, un país que ha demostrado su capacidad organizativa al recibir a líderes económicos y políticos de todo el mundo. La logística y la seguridad del evento fueron manejadas de manera eficiente, lo cual es un alivio considerando las deficiencias del aparato estatal. Este aspecto de la cumbre, junto con el foco de atención internacional, ha servido para colocar a Perú en el mapa como un destino atractivo para las inversiones, algo que se vuelve crucial en un momento de enfriamiento económico. Uno de los hitos más significativos de esta edición de APEC fue la inauguración del Puerto de Chancay. Este puerto, con una inversión privada de 1,200 millones de dólares, será el primero en Latinoamérica en recibir y enviar buques de contenedores sin escalas hacia Asia. Esto promete transformar el comercio del país, reduciendo el tiempo de transporte de productos de 35 a 25 días. Tal avance no solo beneficiará a los importadores, al ofrecer productos más accesibles, sino que también potenciará la competitividad de las exportaciones peruanas. Sin embargo, el éxito de la cumbre no ha estado exento de críticas. La decisión del gobierno de suspender clases y laborar durante la semana de APEC generó descontento en una sociedad que ya enfrenta un año repleto de feriados. Muchos cuestionan la necesidad de interrumpir la educación de millones de escolares en Lima Metropolitana, Callao y Huaral. Esta medida, que parece más bien un gesto hacia los líderes internacionales que una consideración del bienestar de los estudiantes, ha suscitado una ola de indignación. En particular, la justificación presentada por el ministro de Educación, quien mencionó que la suspensión de clases sería "una oportunidad para estar más cerca de nuestros hijos", ha sido objeto de burlas y críticas. Para muchos padres, esta afirmación resulta incomprensible y muestra una desconexión preocupante con las necesidades educativas de los menores. La experiencia de años de virtualidad escolar durante la pandemia ha dejado secuelas que no deben ser ignoradas, y la sustitución de la educación presencial por días feriados no es la solución esperada. Por otro lado, la movilización ciudadana durante la semana de APEC, aunque en su mayoría pacífica, también ha hecho eco de las tensiones sociales existentes en el país. Las manifestaciones brindan una plataforma para visibilizar demandas sociales, pero la respuesta de las fuerzas del orden ha sido desproporcionada en algunos casos, como sucedió en Arequipa, donde ocho manifestantes resultaron heridos por perdigones. Estas acciones no solo son inaceptables, sino que también envían un mensaje negativo al mundo, contrastando con la imagen de un Perú que busca atraer inversiones y avanzar hacia el desarrollo. La represión de las protestas y la falta de atención a la educación de nuestros jóvenes dejan al país en una posición comprometida en el escenario internacional. Un país que aspira a ser visto como desarrollado debe demostrar que prioriza tanto la educación como el respeto a los derechos fundamentales de sus ciudadanos. La imagen que se proyecta ante el mundo no puede basarse únicamente en eventos exitosos, sino que debe reflejar un compromiso genuino con el bienestar de su población. Mientras los líderes del mundo se reúnen para discutir sobre inversiones y comercio, es crucial que el gobierno peruano también escuche la voz de su gente y busque soluciones que no solo beneficien a los inversores, sino que también fortalezcan el tejido social del país. La educación y los derechos humanos deben ser los pilares sobre los cuales se construya un futuro sostenible y próspero. A medida que el eco de la cumbre de APEC se disipa, es esencial que los responsables de la política en Perú tomen nota de lo vivido, no solo para mejorar la imagen internacional del país, sino para lograr un equilibrio entre el desarrollo económico y el bienestar social. La verdadera fortaleza de una nación radica en su capacidad para cuidar y educar a las futuras generaciones, así como en su respeto por la voz de su pueblo.