Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
La minería ilegal en Perú se ha convertido en una de las actividades económicas más lucrativas del país, generando un asombroso estimado de 12 mil millones de dólares anuales. Este dato alarmante fue revelado por el fiscal Federico Chávarry, quien lidera la Fiscalía Provincial Especializada en Materia Ambiental de Puno. Durante una reciente entrevista con el Instituto de Ingenieros de Minas del Perú (IIMP), el magistrado subrayó la creciente preocupación por la rápida expansión de estas actividades ilícitas y su impacto devastador en el medio ambiente y las comunidades locales. Chávarry destacó que la minería ilegal ha alcanzado niveles de producción que se están saliendo del control de las autoridades, especialmente en las zonas más remotas y de difícil acceso. A medida que estas operaciones proliferan, la producción de oro se ha disparado, con estimaciones que sugieren que anteriormente se consideraba que el sector movía entre 6 mil y 7 mil millones de dólares, cifra que él considera significativamente inferior a la realidad actual. El funcionario también dio a conocer detalles sobre las incautaciones realizadas durante las investigaciones, revelando que se han encontrado cuadernos que registran no solo la cantidad de oro extraído, sino también la identidad de las personas que financian estas actividades ilícitas. Esta información se está utilizando en juicios contra los involucrados, lo que indica un esfuerzo por parte de las autoridades para desmantelar las redes que sostienen la minería ilegal. El oro extraído por los mineros ilegales tiene un precio aproximado de 320 soles por gramo. Según los cálculos del fiscal, una pequeña operación minera puede extraer hasta cuatro kilos de oro al mes, lo que se traduce en ingresos superiores a un millón de soles. Si se considera que muchas de estas actividades operan con múltiples máquinas pesadas, los números son realmente impactantes y plantean serios interrogantes sobre la viabilidad de una economía que depende de prácticas tan destructivas. Desde mayo de este año, Chávarry ha informado que las investigaciones sobre minería ilegal han aumentado en un 50%, con más de 7,200 casos registrados hasta la fecha. Este incremento es un indicador alarmante de cómo la minería ilegal se ha afianzado en las regiones más vulnerables del país, particularmente en áreas que limitan con Madre de Dios y Bolivia, donde la minería y el narcotráfico han comenzado a entrelazarse, creando lo que se ha denominado "narcominería". El fenómeno de la minería ilegal no solo plantea desafíos legales, sino que también despierta preocupaciones medioambientales. La destrucción de ecosistemas, la contaminación de ríos y la afectación a comunidades indígenas son solo algunas de las consecuencias directas de estas actividades. Las autoridades enfrentan el reto de combatir un sistema profundamente arraigado que ofrece a muchos una fuente de ingresos en un contexto económico difícil. El papel de las autoridades es fundamental no solo en la persecución de los infractores, sino también en la implementación de políticas que ofrezcan alternativas económicas viables para las comunidades afectadas. La falta de oportunidades puede empujar a muchas personas a participar en la minería ilegal, perpetuando un ciclo de explotación y daño ambiental. El fiscal Chávarry ha hecho un llamado urgente a la colaboración entre las distintas instituciones del gobierno y la sociedad civil para abordar de manera integral el problema de la minería ilegal. La respuesta debe ser multidimensional, combinando la aplicación de la ley con iniciativas de desarrollo sostenible que realmente transformen la vida de quienes hoy se ven forzados a participar en esta actividad. Al final del día, la situación de la minería ilegal en Perú es un reflejo de problemas más profundos que requieren atención inmediata. La lucha contra este flagelo no es solo un asunto de justicia ambiental, sino también de justicia social, donde la dignidad y el futuro de muchas comunidades están en juego. La esperanza radica en que, con un compromiso renovado y un enfoque colaborativo, sea posible revertir esta tendencia y encontrar un camino hacia un desarrollo más equitativo y sostenible.