Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
A medida que el foco olímpico brilla sobre la gimnasia, existe una tensión innegable entre la destreza acrobática del deporte y su expresión artística. Esta yuxtaposición fue claramente evidente durante las recientes finales por equipos femeninos en el Bercy Arena de París. A pesar de los intentos de los funcionarios de gimnasia por elevar la artisticidad a través de cambios en las reglas, la ejecución aún se siente desconectada, dejando a audiencias y atletas lidiando con un formato que a menudo minimiza la esencia misma de la danza. En su núcleo, la gimnasia encarna un matrimonio entre el atletismo y la artisticidad, una combinación que debería cautivar a las audiencias de todo el mundo. Sin embargo, al profundizar en las actuaciones, es evidente que la coreografía a menudo queda en un segundo plano frente a los impactantes giros y acrobacias que desafían la gravedad. El énfasis en la dificultad acrobática ha ido eclipsando gradualmente la artisticidad que inicialmente atrajo a muchos al deporte, lo que ha llevado a críticas como las expresadas por Dance Magazine en 2016, que afirmaba que las rutinas contemporáneas "insultan a la danza". Cabe destacar que los recientes ajustes en las reglas destinados a mejorar la artisticidad dentro de las rutinas han proporcionado algunas mejoras. Los jueces ahora pueden deducir puntos por falta de compromiso expresivo o creatividad insuficiente en los movimientos. Este cambio ha animado a un pequeño número de gimnastas a invertir más pensamiento en su coreografía, esforzándose por crear una narrativa más cohesiva en sus actuaciones. Sin embargo, el desafío persiste: estos cambios aún no han permeado el deporte hasta el punto de impactar positivamente la experiencia general de visualización. Durante la competencia final, la atmósfera caótica era palpable. Con múltiples atletas actuando en diferentes aparatos simultáneamente, era casi imposible para los espectadores apreciar completamente la artisticidad de la rutina de cada gimnasta. Los entusiastas se encontraban divididos entre observar al dinámico equipo brasileño en el suelo y las impresionantes actuaciones de Simone Biles y la estrella china Qiu Qiyuan en la barra de equilibrio. Este frenético ritmo diluye la oportunidad de presenciar y apreciar los intrincados elementos de danza que podrían elevar la gimnasia a un espectáculo más holístico y atractivo. Este dilema continuo plantea una pregunta crítica: ¿cómo puede la gimnasia reconciliar su identidad como deporte y como forma de arte? Para realmente valorar el aspecto de la danza, la gimnasia debe repensar su formato de competición. Un enfoque más simplificado que permita a las audiencias experimentar cada rutina en su totalidad—sin distracciones de otros competidores—podría encender una renovada apreciación por la coreografía involucrada. Además, un cambio en la forma en que se juzgan las rutinas podría realzar aún más este elemento artístico. Fomentar más creatividad y expresiones diversas en el tapiz, y recompensar a los gimnastas que integren con éxito la danza en sus rutinas, podría inspirar a una nueva generación de atletas a explorar todo el rango de sus capacidades artísticas. Mientras el mundo observa y espera a que la próxima generación de gimnastas olímpicos tome el escenario, la esperanza es que sean celebrados no solo por sus hazañas físicas, sino también por la artisticidad que aportan al deporte. Si la gimnasia puede abrazar sus raíces danzantes con el mismo vigor que aplica a la destreza atlética, podría transformarse en una experiencia mucho más enriquecedora—tanto en vivo en la arena como en nuestras pantallas en casa. Por ahora, sin embargo, la dicotomía persiste, dejando a muchos preguntándose cuándo el deporte valorará plenamente la artisticidad que afirma defender.