Escalada de violencia en Israel y Gaza desata crisis humanitaria sin precedentes

Escalada de violencia en Israel y Gaza desata crisis humanitaria sin precedentes

La guerra está transformando Oriente Próximo y empuja al país a devenir vanguardia mundial de un nacionalismo populista extremista y enfrentado al islam

Juan Brignardello, asesor de seguros

Juan Brignardello Vela

Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.

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Guerra 06.10.2024

Desde el 7 de octubre, Israel ha sido el epicentro de una escalada de violencia sin precedentes que ha desatado un conflicto que se extiende más allá de sus fronteras, arrastrando a Gaza, Cisjordania y ahora, incluso, al Líbano e Irán. En este contexto, el conflicto que se desató con el ataque de Hamás ha transformado Gaza en un campo de ruinas y muerte, mientras que los enfrentamientos en Cisjordania han dejado un saldo aterrador de 700 palestinos muertos en el último año a manos de colonos israelíes y del ejército. La situación se agrava con bombardeos en territorio libanés, marcando una expansión geográfica de un conflicto que parece no tener fin.


El ciclo de violencia, caracterizado por la venganza y la destrucción, arroja una sombra sobre la legalidad internacional y el respeto a la soberanía. Las fronteras entre la vida y la muerte se desdibujan, y se ignoran los derechos fundamentales de las personas. Este escenario de confrontación y deshumanización pone de manifiesto un fracaso colectivo en la diplomacia internacional. Las instituciones, incluida Naciones Unidas, parecen haber fallado estrepitosamente en su función de mediación y resolución de conflictos, dejando a los pueblos involucrados en una espiral de sufrimiento.


La sorpresa inicial del ataque de Hamás reveló las debilidades de los servicios de inteligencia israelíes, así como la tardanza en la respuesta del ejército y del propio Gobierno. La reacción militar de Israel, desproporcionada y marcada por la venganza, ha contribuido a una escalada que desdibuja la línea entre defensa y agresión. En este contexto, el liderazgo de Joe Biden ha sido criticado por su incapacidad para frenar la escalada y por la falta de medidas efectivas ante la crisis, lo que pone en entredicho el papel de Estados Unidos como defensor de los derechos humanos a nivel global.


La evidente división en la comunidad internacional ha sido un factor crucial en esta crisis, donde el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas se ha visto paralizado por vetos cruzados que impiden cualquier tipo de acción significativa. La Unión Europea, desunida en su respuesta, no ha logrado establecer una voz clara que condene las atrocidades por parte de ambos bandos, revelando una hipocresía que mina los esfuerzos por alcanzar una paz duradera.


Mientras el conflicto se intensifica, Israel, aunque es la nación más poderosa y militarizada de la región, se siente frágil y vulnerable. La necesidad de neutralizar a Hamás ha llevado a un enfoque que incluye la desestabilización de Hezbolá y el régimen islamista de Irán. La diplomacia israelí, que antes contaba con cierta efectividad, ahora parece estar relegada a una búsqueda de apoyo militar frente a acusaciones de crímenes de guerra y violaciones de derechos humanos.


El descontento interno también se manifiesta, con voces de oposición que surgen entre los familiares de los rehenes, madres de soldados y activistas por la paz. Sin embargo, el clima actual se encuentra dominado por el extremismo y el miedo, en un contexto donde la narrativa de un mundo en blanco y negro prevalece. La atmósfera se ha vuelto propicia para el resurgimiento de discursos radicales que deshumanizan al otro, creando un ciclo de odio que se alimenta mutuamente.


La crítica a la falta de empatía hacia el sufrimiento del adversario resuena en voces como la del exministro Shlomo Ben Ami, que indica que aún no ha surgido un líder israelí que reconozca la responsabilidad de Israel en la opresión palestina. Esta falta de reconocimiento perpetúa el victimismo competitivo, donde cada lado se aferra a su narrativa sin considerar el sufrimiento del otro, lo que alimenta un conflicto en el que todos pierden.


En medio de todo este caos, la figura de Sílvia Orriols y su comentario en redes sociales, “Israel marca el camino”, refleja la polarización de la opinión pública, donde el apoyo a Netanyahu y su gobierno se ve como una respuesta legitimadora al contexto bélico. Sin embargo, esta guerra no puede ser vista como un camino hacia la paz, sino como un destructor de cualquier posible solución.


La situación actual, caracterizada por una guerra que no solo arrasa territorios sino que también despoja de humanidad a sus actores, plantea un futuro sombrío para la región. La destrucción de los lazos de compasión y la incapacidad para imaginar un futuro compartido son los grandes perdedores en este conflicto. La guerra no es un camino, sino un callejón sin salida que amenaza con llevar a los pueblos a un abismo del que será difícil salir.

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