La complejidad del cosmos: ¿somos el centro de un universo fragmentado?

La complejidad del cosmos: ¿somos el centro de un universo fragmentado?

Nuestra visión del cosmos está limitada a lo que se conoce como universo observable, aunque el universo debe ser mucho más grande

Juan Brignardello, asesor de seguros

Juan Brignardello Vela

Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.

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La vasta inmensidad del cosmos ha sido objeto de especulación y estudio durante siglos, y en la actualidad, la comprensión de nuestro lugar en el universo se ha vuelto más compleja que nunca. A menudo se nos dice que vivimos en el centro del universo observable, un concepto que despierta tanto asombro como confusión. En este artículo, intentaré desentrañar la idea de "nuestro universo" y la implicancia de que, a pesar de sentirnos únicos, el cosmos es mucho más multifacético de lo que podríamos imaginar.


Para comenzar, es fundamental establecer qué entendemos por "universo". Muchas veces, se tiende a pensar que el universo con mayúscula lo engloba todo, un espacio singular donde se encuentran toda la materia y la energía existentes. Sin embargo, el uso de la minúscula puede hacernos reflexionar sobre la posibilidad de que existan múltiples realidades, incluso dentro de lo que consideramos nuestro propio universo. La distinción es sutil pero poderosa, y es un punto de partida para explorar lo que hay más allá de nuestros límites percibidos.


Imaginemos que estamos en el centro de un vasto valle rodeado de colinas. Desde nuestra posición, las cimas de esas montañas limitan nuestra vista, lo que nos hace creer que no hay nada más allá. Sin embargo, la intuición nos dice que, si bien no podemos ver lo que hay fuera de ese horizonte, hay un mundo entero que podría existir más allá. Este paisaje es una metáfora adecuada para el universo observable, que se extiende hasta donde la luz ha tenido tiempo de llegar hasta nosotros, aproximadamente 14.000 millones de años.


Este universo observable se asemeja a una esfera, un concepto matemático que permite entender la limitación de nuestra percepción. La luz que captamos no es instantánea, sino que representa eventos ocurridos en el pasado. Si miramos hacia un punto particular en el cosmos, no estamos observando lo que está sucediendo en ese instante, sino un fragmento del pasado que tardó eones en alcanzarnos. Esta revelación nos confronta con un dilema: ¿qué sucede entonces con el tiempo y el espacio más allá de nuestra esfera?


Cada punto que observamos en la superficie de esa esfera ha evolucionado a lo largo de miles de millones de años. Este principio cosmológico nos permite hacer supuestos sobre la evolución del universo en diferentes regiones, aunque la certeza de estos conceptos es limitada. Hay una especie de apuesta en juego, ya que si se descubriera que las leyes físicas varían en diferentes partes del cosmos, tendríamos que replantear nuestra comprensión fundamental de la ciencia.


El viaje por el tiempo y el espacio se vuelve aún más intrigante si consideramos que cada punto en nuestra esfera observable también emite luz que, en algún momento, podría ser vista por otros. Por ejemplo, la luz que dejó nuestro punto en el momento de la recombinación viajó hacia regiones lejanas del universo. De este modo, hay lugares en el cosmos que ahora están observando cómo era nuestro universo en su propio pasado. Este concepto de simetría nos lleva a una reflexión profunda sobre la existencia de otros "observadores" que, aunque lejanos, están conectados con nosotros a través de esa luz.


Las implicancias de este fenómeno son astronómicas. No solo somos parte de un universo observable, sino que también somos el pasado de otros puntos del cosmos. Esta idea resulta fascinante y, a la vez, desconcertante, pues pone en relieve la interconexión de todos los rincones del universo. Algunos incluso podrían preguntarse si hay formas de vida inteligentes que, mirándonos a través de sus telescopios, están intentando comprender cómo era nuestro mundo hace miles de millones de años.


Más aún, podríamos argumentar que somos en sí mismos un universo observable para aquellos que vendrán después de nosotros. Al considerar el vasto tiempo cósmico, cada fotón que ha viajado desde nuestra existencia ha llevado consigo un fragmento de nuestro ser, un eco que resuena a través del tejido del espacio-tiempo. Esto nos invita a pensar en un futuro donde nuestro universo será parte de la historia de otros, un legado brillante en la oscuridad.


Sin embargo, esta noción de múltiples universos y la posibilidad de observarse unos a otros plantea preguntas filosóficas sobre nuestra percepción de la realidad y de la existencia. Si el universo es realmente un lugar donde la luz y el tiempo fluyen en una danza cósmica, ¿qué lugar ocupamos en esta vasta red de interconexiones? El dilema se profundiza cuando consideramos que nuestras realidades pueden no ser las únicas, y que hay otros "universos" a los que podríamos referirnos en el futuro.


En resumen, la idea que se despliega ante nosotros es un recordatorio de que, aunque nos sintamos como el centro del universo, estamos inevitablemente entrelazados con una red mucho más amplia. La ciencia y la filosofía nos incitan a explorar estos límites, a cuestionar nuestras creencias y a abrir nuestras mentes a la posibilidad de que, en el gran esquema del cosmos, cada uno de nosotros es un pequeño pero esencial componente de una historia infinita que trasciende nuestro tiempo y espacio.

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