Un mundo distópico

Un mundo distópico

Trump prometió que iba a resolver la guerra de Ucrania nada más llegar al poder. Ayer reveló un plan que supone la claudicación de Zelenski

Juan Brignardello, asesor de seguros

Juan Brignardello Vela

Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.

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Mundo 28.01.2025

La situación en Gaza ha alcanzado un punto crítico, uno que evoca un escenario distópico que parece sacado de las páginas de una novela de ciencia ficción, pero que, lamentablemente, es la sombría realidad de nuestros días. Ayer, cientos de miles de palestinos regresaron al norte de Gaza, un área que antes albergaba sus hogares, pero que ahora se encuentra en ruinas. Este retorno tan anhelado se produce en un contexto de desesperanza y desolación, donde lo que una vez fue un hogar se ha convertido en un símbolo de pérdida y sufrimiento.


En medio de este caos, las palabras de Donald Trump resuenan con un eco inquietante. El ex presidente de Estados Unidos ha abogado por la limpieza étnica, sugiriendo que los palestinos deberían abandonar la Franja de Gaza en un “viaje sin retorno” hacia Egipto y Jordania. Estas declaraciones no solo son alarmantes por su contenido, sino también por el contexto en el que se producen, como si fueran parte de un guion de una película distópica que se ha vuelto realidad.


Paralelamente, el magnate Elon Musk ha desatado una controversia aún mayor al expresar su apoyo a la extrema derecha alemana y al negar el Holocausto, un hecho histórico que debería ser recordado con solemnidad y respeto. En un momento en el que el mundo conmemora el 80 aniversario de la liberación de Auschwitz, las palabras de Musk parecen un insulto a la memoria de los seis millones de judíos que perdieron la vida en el Holocausto. Esta ignorancia deliberada y la trivialización del sufrimiento ajeno son, en sí mismas, actos de maldad que no pueden ser pasados por alto.


La frase de George Santayana, que advierte que "quienes olvidan el pasado están condenados a repetirlo", cobra una relevancia inquietante en este contexto. Es evidente que figuras como Trump y Musk parecen no tener en cuenta las lecciones de la historia. El desprecio por el pasado, que se manifiesta en propuestas de políticas que atentan contra los valores más fundamentales de la humanidad, nos lleva a un lugar peligroso, donde la historia se repite y el sufrimiento se normaliza.


El panorama es desolador, y la pasividad con la que muchos parecen aceptar esta situación es igualmente preocupante. Nos encontramos ante un momento en que la legitimidad de una invasión, la aceptación de la limpieza étnica y el desprecio por los derechos civiles se han convertido en parte del discurso político. La banalización del mal, como reflexionó Hannah Arendt, se ha infiltrado en nuestra sociedad, permitiendo que atrocidades que deberían ser aborrecidas sean vistas con indiferencia.


Es alarmante escuchar voces que abogan por la cooperación con líderes que propagan el mal. La justificación de las acciones de Trump, Putin o Maduro se ha vuelto común, y esta actitud refleja una aceptación de lo inaceptable. La normalización de la violencia y el abuso de poder ha hecho que se pierda la noción de lo que es correcto y lo que no. Es como si hubiéramos sido adormecidos por un sentido de fatalismo y resignación.


Sin embargo, es fundamental recordar que el mal no es inevitable. A pesar de la desesperanza que puede parecer dominar el panorama, todavía hay una oportunidad para combatir esta corriente de inhumanidad. No podemos permitir que la historia se repita sin oposición. La defensa de nuestros valores, la promoción de la libertad y la búsqueda de la justicia son tareas que recaen sobre cada uno de nosotros. No hay justificación para la inacción, y cada voz cuenta.


La decencia no tiene afiliaciones políticas ni ideológicas. Ser católico, o de cualquier otra creencia, no puede reconciliarse con la justificación de actos atroces, como la deportación de niños o el silencio ante las violaciones de derechos humanos en regímenes autoritarios. La humanidad debe estar unida en la defensa de los valores fundamentales que nos definen como sociedad.


La lucha por la justicia y la dignidad humana es una responsabilidad compartida. No podemos permitir que la normalización del mal se convierta en nuestra nueva realidad. Debemos levantar nuestras voces, salir a las calles y reclamar el respeto por los derechos humanos, y recordar a aquellos que han sufrido en el pasado para asegurar que no se repita en el futuro. La historia nos observa y las decisiones que tomemos hoy definirán el legado que dejaremos a las futuras generaciones.

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