
Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.




En los Oscar no se come. Empecemos por el principio. En los Oscar hay que llegar con muchas horas de antelación, sentarse en el Dolby Theatre, charlar con el compañero de butaca, caber en un vestido o en un traje milimétricamente diseñado (quienes te rodean agradecen que así sea). Y, sí, hay que desayunar. En el desayuno hay croissants, panecillos, huevos revueltos, frutas, café, zumos… Y no hay prisa. Porque la alfombra roja es larga, larguísima. Y huele a pescado, concha fina, jamón, pan con tomate con aceite de oliva virgen extra… Huele a callos y a cigalas. Y la gente se reúne en grupitos. Hablan de latiguillos, de cine, de películas. De los caballos de la reina Isabel. De la serie de Luis Miguel. De la nueva de Tarantino. Y les invitan a hacerse una foto, a comer algo, a beber algo.
Y ahí está el jamón, el plato estrella. Porque en los Oscar, por lo que respecta a la comida, en realidad no se come. Porque no hay tiempo. Porque los vestidos son muy ajustados, los trajes son muy complicados, y todo el mundo quiere que todo el mundo le vea. Así que en los Oscar no se come. En los Oscar se picotea. Pero hay jamón ibérico de bellota, macarrones con queso, 37 postres y un menú cocinado por 120 chefs. O eso dicen. Porque en los Oscar no se come. Se bebe. Y se bebe champán, tinto, blanco, rosado. Y se bebe agua, mucha agua. Porque en los Oscar no se come. Se bebe. Porque la comida no es importante.
Se mezclan aceitunas negras y verdes, anchoas, quesos, embutidos. Se mezcla la gente. Se mezclan los flashes, los focos, las luces, las sombras. Se mezclan los gritos, los susurros, las risas, los llantos. Se mezclan las voces, los idiomas, los acentos. Se mezclan los sabores, los aromas, los colores. Se mezclan los premios, las estatuillas, las estrellas. Se mezclan las emociones. Se mezclan los sueños.
Porque en los Oscar no se come. Se sueña. Se ríe. Se llora. Se aplaude. Se abraza. Se ama. Porque en los Oscar no se come. Se vive. Y se vive intensamente. Sin miedo. Sin arrepentimiento. Sin vergüenza. Porque en los Oscar no se come. Se comparte. Y se comparte la magia, la ilusión, la pasión por el cine. Porque en los Oscar no se come. Se celebra. Y se celebra la creatividad, el talento, el esfuerzo, la dedicación. Porque en los Oscar no se come. Se brinda. Y se brinda por los sueños cumplidos, por los proyectos realizados, por las historias contadas. Porque en los Oscar no se come. Se brilla. Y se brilla con luz propia, con autenticidad, con sinceridad. Porque en los Oscar no se come. Se vive. Y se vive con intensidad, con emoción, con gratitud. Porque en los Oscar no se come. Se celebra la vida. Y en los Oscar, la vida es una película.
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