La Carbonaria y las tensiones políticas en la península ibérica del siglo XX

La Carbonaria y las tensiones políticas en la península ibérica del siglo XX

La península ibérica enfrenta tensiones políticas en el siglo XX, con la Carbonaria desafiando la estabilidad en España y Portugal.

Juan Brignardello, asesor de seguros

Juan Brignardello Vela

Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.

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Mundo 24.03.2025
El clima político en la península ibérica en los primeros años del siglo XX estuvo marcado por una serie de tensiones y transformaciones que amenazaron la estabilidad tanto de España como de Portugal. En la frontera, la irrupción de la Carbonaria, una sociedad secreta con vínculos masónicos, se tornó en un elemento perturbador que hizo eco de las luchas internas de ambos países. La revolución portuguesa del 5 de octubre de 1910, que derrocó a Manuel II y puso fin a la monarquía de la Casa Braganza, dejó un ambiente de incertidumbre que no pasó desapercibido entre los republicanos y monárquicos españoles. Las 270 logias que operaban en Portugal, incluyendo la Carbonaria, se convirtieron en protagonistas de una especie de "guerra en la sombra", donde las conspiraciones y las maniobras políticas se entrelazaron con la realidad social de Galicia. A pesar de la proclamación de la república, la desconfianza era palpable. La historia reciente de intervenciones extranjeras en Portugal durante el siglo XIX, donde España había asumido el papel de restaurador del orden, generaba un trasfondo de inquietud que hacía que ningún bando se sintiera seguro. Los rumores de una posible intervención militar española en Portugal avivaron aún más el fuego de la tensión. La presión del contexto internacional y la política interna generaron un caldo de cultivo ideal para que la Carbonaria extendiera sus actividades hacia el norte de España, especialmente en Ourense, donde los monárquicos temían la llegada de sus enemigos. La presencia de figuras como el capitán de la cuadrilla carbonaria, conocido por haber intentado secuestrar a un destacado monárquico, simbolizaba la amenaza que representaban estos grupos para la estabilidad de la región. El papel del gobierno español, representado por el primer ministro José Canalejas, se tornó complejo. Mientras que él insistía en una postura de neutralidad, tanto monárquicos como republicanos veían en su administración una falta de acción que no les satisfacía. Por un lado, los republicanos deseaban ver un apoyo más firme hacia la revolución portuguesa; por el otro, los monárquicos ansiaban una respuesta que asegurara su posición en la península. En este contexto, la Carbonaria encontró un terreno fértil para operar. Las tácticas de esta organización eran claras. Conducidos por la idea de amedrentar a los expatriados, llegaban a Galicia de manera clandestina, y sus acciones quedaban a menudo impunes. El Eco de Galicia denunciaba la llegada de estos elementos, que buscaban desestabilizar aún más la situación política en la región. Detrás de esta clandestinidad, se encontraba el respaldo de algunos funcionarios locales, lo que complicaba aún más la situación para aquellos que deseaban mantener el orden. Uno de los episodios más llamativos fue el tiroteo protagonizado por el cónsul portugués en la Plaza Mayor de Ourense, donde disparó contra un grupo de realistas. Este hecho no solo reveló la impunidad con la que operaban los carbonarios, sino también el nivel de hostilidad en la frontera. Ante la presión internacional y la posibilidad de un conflicto diplomático, el alcalde de Ourense se vio obligado a liberar al cónsul, demostrando el delicado equilibrio de poder que existía en la región. La situación se tornó aún más crítica cuando se evidenció la penetración de fuerzas armadas lusas en territorio español, lo que generó una alarma entre los monárquicos que buscaban refugio. La Gaceta de Galicia reprodujo un telegrama donde se denunciaban estas incursiones, evidenciando la frágil línea entre la neutralidad y la intervención que se dibujaba en la frontera. Con el Gobierno Provisório compuesto mayoritariamente por elementos masónicos, la preocupación entre los realistas aumentó. La respuesta del gobierno español fue, en cierto modo, predecible. A medida que aumentaba la llegada de refugiados desde la frontera, se tomó la decisión de trasladar a los expatriados al interior del país. Esta medida, impulsada por el gobernador civil de Ourense, generó tensiones con los negocios locales y con aquellos que defendían el derecho de asilo de los monárquicos. La economía local se vio afectada, y la resaca del éxodo no fue bien recibida por la población. A pesar de toda esta confusión, el pueblo español aún no se había decantado por la república. La memoria de la fallida Primera República pesaba sobre sus hombros, y el camino hacia la instauración de un nuevo orden político era incierto. En contraste, la población portuguesa sí abrazaba la república, con la esperanza de que la Carbonaria pudiera restaurar el equilibrio perdido. Sin embargo, este deseo de cambio no garantizaba estabilidad, y la sombra de la Carbonaria continuaba alargándose, desafiando a ambos lados de la frontera a enfrentar su propia historia y sus propios miedos. Así, la península se convirtió en un tablero de ajedrez donde las jugadas de la Carbonaria, junto a los intereses monárquicos y republicanos, se entrelazaban, dejando una estela de incertidumbre que resonaba en las calles de Ourense y más allá. Un escenario que, aunque lejos de ser resuelto, revelaba las tensiones que definirían el futuro político de la región en los años venideros. La historia seguía su curso, y las sombras de una transformación inminente apenas comenzaban a despejarse.
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