Democracia Bajo Amenaza: Los Líderes de Nigeria Malinterpretan la Disidencia como Actos de Traición

Democracia Bajo Amenaza: Los Líderes de Nigeria Malinterpretan la Disidencia como Actos de Traición

En Nigeria, la llamada de un asistente presidencial a imponer la pena de muerte contra un crítico destaca un peligroso desajuste con los valores democráticos y la represión.

Juan Brignardello, asesor de seguros

Juan Brignardello Vela

Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.

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Mundo 23.03.2025

En Nigeria, donde la gobernanza debería reflejar idealmente la voluntad y los derechos de la población, existe una desconexión preocupante entre los funcionarios públicos y los principios de la democracia. Esta disyuntiva ha sido ilustrada de manera contundente por una reciente declaración de un asistente presidencial que abogaba por la pena de muerte contra una mujer que se atrevió a expresar su frustración con el gobierno. Tales comentarios no solo subrayan un profundo malentendido de los valores democráticos, sino que también revelan una peligrosa inclinación hacia el autoritarismo. En el núcleo de la democracia reside la creencia esencial de que el poder emana del pueblo. Los ciudadanos en una sociedad democrática tienen derecho a expresar sus opiniones, criticar a sus líderes y exigir rendición de cuentas. Este marco está consagrado en la Constitución nigeriana, que protege el derecho a la libre expresión como una piedra angular de la participación cívica. En marcado contraste, la sugerencia del asistente evoca una mentalidad monárquica, donde la disidencia es reprimida y la voluntad del soberano es absoluta; un sistema donde cuestionar la autoridad podría llevar a castigos severos, incluida la muerte. La gravedad de este error no puede ser subestimada. Al equiparar la crítica a las políticas gubernamentales con traición, los funcionarios no solo están tergiversando la naturaleza de la democracia, sino que también están socavando los mismos fundamentos sobre los cuales se construye Nigeria. Tales actitudes fomentan un ambiente de represión, donde la disidencia se encuentra con amenazas en lugar de diálogo. La creencia generalizada entre algunos funcionarios de que tienen derecho a ejercer el poder sin rendir cuentas es un reflejo de filosofías de gobernanza obsoletas que no tienen cabida en una sociedad democrática moderna. Los funcionarios públicos tienen la responsabilidad de priorizar las necesidades de sus electores, escuchar activamente sus preocupaciones y participar en un diálogo constructivo. Las dificultades económicas, la inseguridad y la corrupción que enfrenta la nación son quejas legítimas, y los ciudadanos que expresan su frustración están ejerciendo un derecho fundamental en lugar de cometer un delito. En lugar de intentar silenciar estas voces, los líderes deberían abrazarlas como oportunidades para la mejora y la reforma. Además, el persistente fracaso en comprender estos principios democráticos es indicativo de un problema más amplio: la falta de educación adecuada sobre gobernanza y responsabilidad cívica entre quienes están en el poder. Como representantes del pueblo, los funcionarios y sus asistentes deben cultivar una comprensión matizada de sus roles y de los derechos de los ciudadanos. La ignorancia en la gobernanza conduce a políticas que alienan a los electores y profundizan la brecha entre el gobierno y los gobernados. Para que Nigeria prospere como democracia, es esencial que los funcionarios públicos abandonen la mentalidad de derecho que percibe la crítica como una ofensa personal. En su lugar, deben reconocer que una sociedad democrática vibrante se construye sobre una base de rendición de cuentas, capacidad de respuesta y respeto mutuo. Al involucrarse activamente con los ciudadanos, escuchar sus preocupaciones y abordar las causas fundamentales de la insatisfacción, los líderes pueden fomentar la confianza y la cooperación, allanando el camino para el progreso nacional. En última instancia, el reciente llamado a un castigo draconiano contra una ciudadana que expresa su frustración es un microcosmos de un problema sistémico más grande. Destaca la urgente necesidad de reforma dentro de las filas de la gobernanza. Nigeria no es un estado monárquico donde la disidencia es silenciada, sino una democracia donde la crítica constructiva no solo es bienvenida, sino necesaria para el crecimiento. Hasta que aquellos que gobiernan la nación abracen esta realidad, el ciclo de ignorancia y autoritarismo persistirá, continuando con la obstrucción de la evolución democrática de Nigeria y dejando a los ciudadanos con sentimientos de despojo de un sistema que se supone debe servirles.

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