Devastación y Resiliencia: El Terremoto de 1966 que Sacudió el Este de África hasta su Núcleo.

Devastación y Resiliencia: El Terremoto de 1966 que Sacudió el Este de África hasta su Núcleo.

El 20 de marzo de 1966, un devastador terremoto de magnitud 6.6 sacudió la región de Tooro en Uganda, causando 157 muertes y daños extensos, transformando la preparación ante desastres.

Juan Brignardello, asesor de seguros

Juan Brignardello Vela

Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.

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En las primeras horas del 20 de marzo de 1966, un evento sísmico de magnitud sin precedentes golpeó la región de Tooro en Uganda, reverberando a través de África Oriental y alterando para siempre el panorama de la preparación ante desastres en la zona. Registrado oficialmente con una magnitud de 6.6 en la escala de Richter, aunque algunas estaciones de monitoreo sugirieron lecturas tan altas como 7.7, este terremoto sigue siendo el más fuerte documentado en la región. El epicentro, cerca de Bundibugyo, a lo largo de la frontera entre Uganda y la República Democrática del Congo, desató una devastación que cobró 157 vidas, hirió a más de 1,300 personas y resultó en la destrucción o daño severo de más de 6,700 hogares. El caos comenzó alrededor de las 4:45 a.m. cuando los temblores despertaron a los residentes, causando pánico mientras la gente corría afuera, luchando por mantener el equilibrio en medio de la violenta sacudida. Los testigos describieron la experiencia con inquietante claridad, comparando el profundo retumbo del terremoto con el sonido de un camión pesado o el trueno, un precursor del horror que estaba por venir. Informes de la UNESCO revelan que, en la región del Lago Alberto-Lago Eduardo, casi todos sintieron la plena ferocidad del terremoto. El temblor desató una ola de terror, con familias separadas por estructuras en colapso y animales en apuros que añadían a la cacofonía del caos. Incluso después de que el choque principal cesara, una serie de réplicas asolaron la región a lo largo del día, con temblores sentidos tan lejos como Kampala y Entebbe. El impacto se sintió más allá de Uganda, alcanzando a países vecinos donde los síntomas de la actividad sísmica se manifestaron de diversas formas. En Tanzania, las minas de estaño de Kyerwa sufrieron deslizamientos de rocas que llevaron a fatalidades, mientras que se reportaron daños estructurales en áreas que incluían Mubende, Mbarara y Kisoro en Uganda, junto con localidades en la República Democrática del Congo. Dos meses después, el 18 de mayo, otra réplica significativa golpeó, resultando en más destrucción y pérdida de vidas, particularmente en la República Democrática del Congo, donde los informes indicaron 90 fatalidades y daños extensos. El efecto acumulativo de estos eventos sísmicos ilustró la vulnerabilidad de la región, con estaciones sismológicas registrando no menos de 21 temblores entre el terremoto inicial y la réplica de mayo, algunos alcanzando magnitudes de 6.3. Los testimonios de testigos, como los del obispo Vincent McCauley, ofrecen una visión personal del caos que se desató ese fatídico domingo. El obispo, que estaba visitando Bundibugyo, recordó haber sido despertado mientras los edificios se derrumbaban a su alrededor. Su preocupación inmediata era la seguridad de los estudiantes del internado local. Afortunadamente, con la rápida acción del clero y miembros de la comunidad, se salvaron las vidas de varias niñas entre los escombros, aunque el daño a la comunidad fue profundo. En un contexto más amplio, las secuelas del terremoto fueron un recordatorio sombrío de las luchas continuas de la región con la actividad sísmica. Uganda y sus alrededores, caracterizados por el Gran Valle del Rift, tienen una larga historia de terremotos, con ocurrencias documentadas que se remontan a finales del siglo XIX. La actividad geológica en la zona sugiere un patrón cíclico de grandes terremotos aproximadamente cada tres décadas, lo que plantea preocupaciones entre los expertos de que futuros temblores podrían devastar la región nuevamente. La memoria del terremoto de 1966 permanece grabada en la conciencia colectiva de África Oriental, sirviendo como un recordatorio conmovedor de la necesidad de mejorar la preparación ante desastres y la infraestructura resistente. Tras la destrucción, se realizaron esfuerzos para construir edificios capaces de resistir futuros temblores, incluida una nueva catedral resistente a terremotos que ahora se erige como un testimonio tanto de fe como de resistencia. A medida que el tiempo avanza, las lecciones aprendidas de este trágico evento continúan resonando, instando a las comunidades a mantenerse vigilantes frente a los desastres naturales y a honrar la memoria de aquellos que perdieron la vida. El terremoto de 1966, un hito histórico en África Oriental, sigue siendo un capítulo crítico para entender las fuerzas geológicas en juego y la importancia de la preparación ante la imprevisibilidad de la naturaleza.

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