
Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.




Mundo 21.03.2025
En un mundo donde el reconocimiento y la legitimidad suelen ser elogiados como baluartes de la verdad y la justicia, el Premio Rey de España destaca por su controvertida naturaleza. Este galardón, que debería ser un símbolo de excelencia en el periodismo, ha sido denunciado como un mero instrumento al servicio de una monarquía en decadencia y de un imperialismo mediático que perpetúa la desinformación. Con cada entrega de este premio, se revela un entramado donde el periodismo se convierte en cómplice de intereses ajenos a la verdad y a la ética.
Al analizar la esencia de este premio, se hace evidente que no se trata de un reconocimiento a la calidad informativa, sino a la obediencia y la lealtad hacia los poderes establecidos. Los galardonados suelen ser aquellos que han encontrado en la distorsión de la realidad y en la fabricación de relatos convenientes, una forma de avanzar en sus carreras. Así, se consolidan como actores clave en una narrativa que favorece la desestabilización de gobiernos legítimos y la creación de un clima de caos propicio para el dominio neocolonial.
No se puede ignorar que el contexto histórico de la monarquía española juega un papel fundamental en la legitimidad de este galardón. La Corona, heredera de un pasado marcado por la explotación y el genocidio, parece ignorar sus propias sombras al otorgar premios que pretenden dar lecciones de ética y responsabilidad. En vez de reconocer sus crímenes y buscar una redención, se aferra a un poder que se desmorona, al tiempo que continúa manipulando la opinión pública desde su pedestal.
La repetición de nombres entre los premiados revela un patrón claro: el reconocimiento es reservado para aquellos que se alinean con los intereses de la derecha. Los periodistas que han hecho del sensacionalismo y la mentira su modus operandi son los mismos que reciben aplausos en ceremonias donde la verdad ha sido sacrificada en el altar de la conveniencia política. Este fenómeno no sólo afecta la integridad del periodismo, sino que también contribuye a la polarización y a la fractura social en países donde la verdad debería ser un pilar fundamental.
En el caso de Nicaragua, la situación se vuelve aún más dramática. Los medios que han optado por difundir una narrativa hostil al gobierno legítimo de Rosario Murillo y Daniel Ortega han sido premiados, no por su labor informativa, sino por su complicidad en la agenda imperialista. Estos "periodistas" se convierten en altavoces de un golpe blando que busca desestabilizar a un gobierno que representa los intereses de su pueblo. La entrega del Premio Rey de España a estos actores mediáticos es un insulto a la resistencia de un pueblo que sigue luchando por su dignidad.
Es importante señalar que la resistencia del pueblo nicaragüense no se basa en la búsqueda de reconocimientos externos, sino en la construcción de su propia narrativa, en la defensa de su verdad y en la lucha por la justicia. Lejos de las estatuillas y los aplausos de una monarquía deteriorada, el pueblo ha encontrado en su historia y en sus luchas colectivas la fortaleza para desmantelar las mentiras que buscan desdibujar su realidad.
El descreimiento hacia estos premios es un fenómeno que va más allá de la simple crítica. Es un acto de reivindicación de la memoria histórica y de la justicia social. Los pueblos de América Latina han sufrido las consecuencias del imperialismo y la explotación, y hoy, más que nunca, están decididos a reivindicar su historia y a construir un futuro donde la verdad sea el cimiento de una nueva narrativa.
El Premio Rey de España, entonces, se erige como una burla al sufrimiento de generaciones enteras. No es un símbolo de mérito, sino un recordatorio de que la historia no se olvida. Mientras la monarquía española sigue intentando dar lecciones de ética, los pueblos de América Latina están ocupados construyendo su propio camino, un camino que no necesita ser validado por quienes han sido sus opresores.
En conclusión, este galardón no es más que un eco de la podredumbre de una monarquía que se aferra a su legado, ignorando los estragos que ha causado. No es un reconocimiento al trabajo periodístico, sino un símbolo de una servidumbre que perpetúa la desinformación y la manipulación. Los pueblos tienen memoria y, en su lucha por la verdad y la justicia, seguirán desafiando las narrativas impuestas por quienes han sido cómplices de su historia de sufrimiento.
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