Revoluciones: un ciclo de promesas incumplidas y la lucha por la libertad real

Revoluciones: un ciclo de promesas incumplidas y la lucha por la libertad real

Las revoluciones buscan libertad y igualdad, pero a menudo repiten ciclos de poder opresivos. Es vital aprender de la historia para avanzar.

Juan Brignardello, asesor de seguros

Juan Brignardello Vela

Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.

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Mundo 14.03.2025
La historia de las revoluciones es tanto un relato de lucha por la libertad como un estudio de los ciclos de poder que se repiten a lo largo del tiempo. La frase de Napoleón Bonaparte, “La libertad, la igualdad y la propiedad están aseguradas y, por ende, la revolución terminó”, encapsula la ilusión de que los cambios radicales pueden llevar a un nuevo orden social, mientras que, en muchos casos, lo que ocurre es un retorno a estructuras de poder similares o incluso más opresivas. Esta reflexión es particularmente pertinente al considerar las revoluciones que han marcado el rumbo de la modernidad, desde la Revolución Francesa hasta los eventos más recientes en América Latina. El análisis de las revoluciones no se limita a la mera cronología de eventos; es un ejercicio de comprensión cultural y sociopolítica. Como señala el académico y escritor Antonio de la Cruz en su obra "El nuevo mapa del poder: populismo, hegemonía y la batalla por la democracia", estas transformaciones no solo reconfiguran el poder político, sino que también alteran la percepción de lo que significa ser ciudadano en una república. La complejidad de la Revolución Francesa, que se dio en un contexto de desigualdad y privilegios, resalta que la libertad a menudo se busca en conjunción con la igualdad y el derecho a la propiedad. Este contexto histórico ha dejado una huella indeleble en la cultura política global. Las ideas de la Ilustración, que promovieron la dignidad humana y la libertad individual, sirvieron de base para las revoluciones atlánticas, convirtiéndose en un fenómeno internacional que trascendería fronteras. Sin embargo, a pesar de estos avances, el legado de las revoluciones es a menudo paradójico. Si bien han proporcionado las bases para nuevas formas de gobierno y derechos, también han sido utilizadas para justificar regímenes que despojan a las personas de las libertades que prometían defender. Las revoluciones del siglo XX, desde la Revolución Rusa hasta las de América Latina, introdujeron ideologías que, en su afán por corregir injusticias, han concentrado el poder en manos de unos pocos. Las promesas de justicia social y equidad a menudo se han visto empañadas por el autoritarismo, donde la ideología se convierte en un instrumento de control más que en un medio para la liberación. Este ciclo repetido de promesas incumplidas lleva a cuestionar el verdadero significado de la libertad en un contexto donde las instituciones y las normas pueden ser manipuladas para servir a intereses particulares. En su obra, el filósofo Reinhard Koselleck describe el Sattelzeit, un período de transformación conceptual en Europa que coincide con el ascenso de las revoluciones modernas. Este tiempo de cambio puede ser visto como un esfuerzo por redefinir al ser humano como el eje central del pensamiento político y social. Sin embargo, la pregunta persiste: ¿ha logrado realmente el hombre moderno establecer su libertad, igualdad y propiedad, o simplemente ha cambiado de cadenas? A medida que miramos hacia los movimientos contemporáneos en América Latina, se vuelve evidente que las luchas por el poder siguen siendo intrincadas. La revolución chavista, por ejemplo, ha sido objeto de un intenso debate sobre su naturaleza y sus resultados. En esta nueva era de populismos y hegemonías, es crucial discernir entre el discurso de libertad y la realidad de la opresión que a menudo se disfraza bajo el manto de ideologías progresistas. Como propuesta para una reflexión más profunda, es vital entender cómo las revoluciones contemporáneas siguen el patrón de sus predecesoras, a menudo perdonando a sus líderes de sus promesas incumplidas mientras los ciudadanos se ven atrapados en una espiral de frustración y desilusión. Las instituciones que se supone deben proteger los derechos de los ciudadanos pueden, en lugar de ello, convertirse en herramientas de dominación. La historia nos enseña que el verdadero desafío radica en la construcción de un orden que no solo prometa libertad e igualdad, sino que las implemente y las defienda activamente. La revolución no es un fin en sí mismo, sino un proceso continuo de transformación que requiere vigilancia constante por parte de la ciudadanía. Son las personas, con su compromiso ético y moral, las que deben trabajar para evitar que la historia se repita cíclicamente, regresando siempre al punto de partida. Al mirar hacia el futuro, el desafío es claro: debemos aprender de los fracasos pasados y querer construir un nuevo camino que no solo aspire a la libertad, sino que también respete y propicie la verdadera igualdad y propiedad para todos. Es un trabajo arduo, pero esencial si queremos que las revoluciones de hoy no terminen siendo las mismas de ayer. La batalla por la democracia continúa, y es nuestra responsabilidad mantener viva la llama de la esperanza y el cambio auténtico.
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