
Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.




El debate en torno a la monarquía en Nepal, abolida en 2008, a menudo oscila entre la nostalgia y el oportunismo político. Sin embargo, los llamados a su restauración enfrentan obstáculos significativos, profundamente arraigados en creencias históricas, prácticas culturales y las duras realidades de la política contemporánea. En el centro de este discurso se encuentra la figura de Guru Gorakhnath, un yogui semimítico cuya influencia ha permeado la historia nepalí. Muchos de los partidarios monárquicos ven la profecía de Gorakhnath como un respaldo divino a la monarquía, creyendo que estaba destinada a durar once generaciones, una línea que aparentemente concluyó con el rey Dipendra Shah. Su breve y trágico reinado marcó un momento crucial tras la infame masacre real de 2001, y muchos interpretaron el posterior declive de la monarquía como el cumplimiento de la profecía de Gorakhnath. Esta perspectiva teológica postula que el fin de la monarquía se alinea con la voluntad divina, lo que representa una barrera sustancial para cualquier esfuerzo dirigido a reinstaurar la corona. La instauración de la monarquía también estaba profundamente entrelazada con las tradiciones tántricas de Nepal. Los practicantes de las creencias shaivitas y shaktas jugaron un papel crucial en la legitimación de la autoridad real a través de rigurosas prácticas espirituales. Esta mezcla de gobernanza secular y sagrada se convirtió en un emblema de la identidad nepalí. Sin embargo, a medida que los reyes Shah se alejaron de estas tradiciones a lo largo de las generaciones, se dice que la base sagrada de la monarquía se debilitó, dejándola expuesta a la agitación política. El argumento de que la caída de la monarquía fue el resultado de una decadencia interna en lugar de únicamente presiones externas resalta la complejidad de su legado. En discusiones recientes sobre la reactivación de la monarquía, algunos monárquicos han señalado figuras como Yogi Adityanath, el Ministro Principal de Uttar Pradesh, como posibles aliados. Sin embargo, esta expectativa a menudo pasa por alto las realidades de su agenda política y las implicaciones de intervenir en los asuntos de Nepal. La lealtad de Adityanath a los principios de Gorakhnath probablemente le impediría apoyar una causa que contradice la profecía que defiende. Además, su enfoque político sigue centrado en consolidar la identidad hindú dentro de India, lo que disminuye aún más la probabilidad de su involucramiento en las aspiraciones monárquicas nepalíes. El panorama político en Nepal ha evolucionado significativamente desde el movimiento popular de 2006, que culminó en la abolición de la monarquía y el establecimiento de una república democrática federal. Este cambio no fue meramente una cuestión de cambio político, sino que reflejó un descontento profundo con el autoritarismo real, particularmente durante el reinado de Gyanendra. Cualquier intento de restaurar la monarquía requeriría un poderoso movimiento político capaz de movilizar un apoyo público significativo, una tarea desalentadora en una sociedad donde las instituciones democráticas están comenzando a arraigar. Para Gyanendra, el ex rey, el desafío no radica solo en reavivar la nostalgia, sino en desarrollar una estrategia política viable. Sus apariciones y declaraciones esporádicas tras su destitución no se han traducido en un compromiso político significativo o movilización de base. La falta de un plan coherente para construir confianza y contrarrestar el sentimiento republicano deja cualquier potencial para su regreso en gran medida inerte. Los intentos de imaginar un regreso a la monarquía a través de avenidas místicas, extranjeras o no políticas son, en última instancia, erróneos. La noción de que los milagros pueden resucitar una institución que ha sido tan completamente desmantelada por fuerzas políticas y sociales es una fantasía irrealista. La importancia cultural de la monarquía en Nepal, aunque aún resuena con algunos, no puede eclipsar el compromiso constitucional con el secularismo establecido en la constitución de 2015. Cualquier esfuerzo de revitalización probablemente encontraría una resistencia significativa, no solo de las élites políticas, sino también de una población cautelosa ante una regresión al absolutismo. En conclusión, el futuro de Nepal no depende de un nostálgico regreso a la monarquía, sino más bien de enfrentar los desafíos de un presente republicano. Las complejidades que rodean el pasado de la monarquía sirven como recordatorios potentes de que cualquier camino hacia adelante debe ser pavimentado a través del compromiso democrático y la voluntad colectiva del pueblo. La realidad sigue siendo que la corona es ahora un relicario de la historia, dejando a Nepal navegar su destino sin mirar atrás.