
Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.




Mundo 24.02.2025
El 23 de febrero de 1981 es una fecha que ha quedado grabada en la memoria colectiva de España. Sin embargo, el análisis sobre lo ocurrido ese día ha estado dominado por la imagen icónica de la ocupación del Congreso de los Diputados, y ha desviado la atención de un examen más profundo sobre las causas, las motivaciones y las contradicciones que rodearon el suceso. A lo largo de los años, se ha utilizado un lenguaje a menudo inadecuado para calificar lo sucedido, que muchos han tildado de golpe de Estado, un término que, aunque se ha vuelto común, no refleja la realidad de lo que se pretendía hacer ese día.
En realidad, lo que ocurrió el 23-F puede interpretarse más correctamente como un golpe de timón dentro del propio Estado español. Mientras que un golpe de Estado tiene como objetivo la sustitución del régimen vigente, un golpe de timón busca corregir un rumbo erróneo y evitar un naufragio total. En este contexto, el hecho de que figuras militares como los generales Armada y Milans del Bosch fueran leales al Rey y a la Monarquía plantea interrogantes sobre sus verdaderas intenciones y el temor por la estabilidad del Estado en un momento de crisis.
La situación política de España en aquellos momentos era caótica, resultado de una Transición que, aunque había traído consigo la democracia, dejaba en el aire la consolidación de la Monarquía. La idea de que la Corona estaba en riesgo de ser víctima de esa inestabilidad era un sentimiento compartido por algunos sectores militares. De hecho, los generales militares que participaron en el golpe consideraban que su intervención era una medida necesaria para fortalecer la Monarquía, que, según se decía, era un "jinete sin caballo".
La ausencia de resistencia durante la ocupación del Congreso resulta desconcertante. Policías y escoltas se mostraron pasivos ante la irrupción de Tejero y sus hombres, lo que sugiere que existía una falta de coordinación o, quizás, un entendimiento tácito de la situación. Este análisis es fundamental, ya que la ocupación se produjo en un momento crucial, coincidiendo con la votación para elegir un nuevo presidente del Gobierno. Así, la acción de Tejero se contradice con la intención de Armada, quien buscaba legitimarse a través del proceso parlamentario.
El hecho de que el Capitán General de Valencia siguiera las órdenes del Rey para retirar los tanques y desactivar el estado de guerra refuerza la idea de que no hubo un plan unificado que condujera a un golpe de Estado en el sentido tradicional. En cambio, la falta de resistencia y la negociación posterior entre las partes involucradas apunta a una falta de claridad en los objetivos del golpe.
Las intervenciones y la planificación del golpe también revelan facetas inquietantes. La posibilidad de que el general Armada hubiera sido elegido como presidente del Gobierno en lugar de ser forzado a la ocupación del Congreso sugiere que existía un espacio para un Gobierno de concentración, respaldado, según algunos testimonios, por diversos partidos políticos. Sin embargo, el rechazo de Tejero a estos planes y su negativa a permitir que Armada hablara ante los diputados marcaron un punto de inflexión en la historia del 23-F.
La carta que Antonio Tejero dirigió al Rey en 1978 se puede leer como un reflejo de su estado mental y de sus convicciones. En ella, se muestra como un soldado patriota y comprometido con la defensa de la nación, algo que, a su juicio, justificaba su acción. Su renuencia a aceptar un Gobierno con figuras socialistas y comunistas es un claro indicador de la polarización ideológica que aún existía en España y de cómo esta influyó en el desarrollo de los acontecimientos.
Es esencial destacar que el 23-F no fue un evento aislado, sino que se inscribe dentro de un contexto histórico más amplio, donde la Monarquía, la democracia y las fuerzas armadas estaban en una encrucijada. La interpretación de lo ocurrido ese día como un simple golpe de Estado impide entender las complejidades del momento y las dinámicas de poder que se tejían en la España de los años 80. Las lecciones de aquel episodio siguen siendo relevantes hoy en día, especialmente en un país que ha tenido que lidiar con su pasado reciente y con las sombras que todavía proyecta sobre su presente.
Así, al reflexionar sobre el 23-F, es crucial no solo recordar los hechos, sino también comprender las intenciones que guiaron a sus protagonistas y las circunstancias que llevaron a una crisis tan profunda. La historia no se reduce a las imágenes del asalto al Congreso, sino que nos invita a profundizar en un relato más complejo y matizado, que nos ayude a entender no solo el pasado, sino también a proyectar el futuro de una España que sigue buscando su identidad y su rumbo.
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