
Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.




La historia de los bosques dominicanos durante el siglo XIX es un relato complejo que entrelaza intereses económicos, políticos y ecológicos. A medida que las potencias coloniales del Caribe, como España, enfrentaban la devastadora realidad de la deforestación en sus colonias, la atención se centraba en la necesidad urgente de implementar prácticas de manejo sostenible para prevenir un destino similar en Santo Domingo. Este interés no era casualidad; era una respuesta a la alarmante degradación de los ecosistemas en lugares como Cuba y Puerto Rico, donde la explotación indiscriminada de los recursos forestales había comenzado a causar estragos. El ingeniero Fernando Layunta, enviado por la monarquía española, desempeñó un papel crucial en la evaluación del estado de los bosques de la isla. Su informe de 1861 subrayó la riqueza forestal de Santo Domingo, pero también los peligros de una explotación desmedida. Layunta advirtió que los bosques no solo eran esenciales para la economía local, sino también para el futuro de la marina española, que dependía en gran medida de la madera de alta calidad que solo se podía obtener de esos montes. Sin embargo, su breve estancia en la isla no le permitió realizar un estudio exhaustivo, lo que llevó al capitán general de Cuba, Francisco Serrano, a solicitar la ayuda de un ingeniero forestal para inspeccionar y evaluar los bosques dominicanos con mayor profundidad. En este contexto, la creación del Servicio de Monte en Cuba y Puerto Rico en 1853 marcó un hito en la preocupación por la preservación de los recursos forestales. La corona española envió brigadas de ingenieros para establecer un régimen administrativo racional que protegiera los montes de las Antillas. Sin embargo, el éxito de estas iniciativas era incierto. A pesar de las advertencias de científicos y expertos, la sobreexplotación continuaba siendo un problema grave. La lección que se extrae de estos eventos históricos es que la gestión de los recursos naturales debería haber sido prioritaria, pero se vio eclipsada por los intereses económicos inmediatos. La situación en Santo Domingo reflejaba lo que sucedía en otras islas del Caribe. En la segunda mitad del siglo XIX, los cortes de madera preciosa, en particular la caoba, comenzaron a escasear. Historiadores como Roberto Cassá han documentado que la economía de la isla había estado sustentada por los recursos forestales, pero que esta dependencia estaba llevando al agotamiento de los mismos. El impacto sobre el medio ambiente y la economía local fue evidente: el bosque de galería, crucial para la sostenibilidad ecológica, estaba en peligro. A medida que las industrias comenzaron a crecer, especialmente la azucarera, la demanda de leña se disparó. La necesidad de madera para alimentar los ingenios azucareros llevó a la explotación masiva de los bosques, y los testimonios de expertos de la época reflejan una preocupación creciente. Las voces que advertían sobre la insostenibilidad del modelo económico se hicieron más fuertes, pero muchas veces se vieron ignoradas ante la inminente ganancia que representaba la explotación forestal. Las críticas que surgieron durante este periodo, tanto desde la península ibérica como de los criollos en las colonias, revelan un profundo descontento con la gestión de los recursos naturales. Figuras como Ramón de la Sagra y, más adelante, José Martí, alzaron sus voces en defensa del medio ambiente. La defensa del bosque no era solo una cuestión de preservación ecológica, sino también un acto de resistencia contra un modelo colonial que amenazaba con arrasar con los recursos vitales de la isla. Sin embargo, la falta de un enfoque institucional para gestionar los recursos forestales continuó siendo un gran obstáculo. La ausencia de regulaciones efectivas y la falta de educación en el manejo sostenible de los bosques resultaron en un ciclo de deforestación que se perpetuó, dejando a la isla vulnerable a futuros desastres ecológicos. A medida que los bosques se reducían, también lo hacía la capacidad de la economía dominicana para sostenerse a largo plazo. La historia de la deforestación en Santo Domingo es un eco de un problema global que continúa presente hoy en día. Las decisiones tomadas en el pasado tienen repercusiones en el presente y en el futuro, y el legado de la colonización y la explotación desenfrenada sigue latente en las luchas contemporáneas por la conservación y el manejo adecuado de los recursos naturales. Hoy, al observar la realidad de los bosques en República Dominicana, es fundamental recordar las lecciones de la historia. La transformación de estos ecosistemas no solo fue un efecto del dominio colonial, sino un reflejo de un patrón más amplio de crecimiento económico y deterioro ambiental que debe ser abordado con urgencia. La protección de la riqueza forestal de la isla es un deber no solo hacia el pasado, sino también hacia las futuras generaciones que dependerán de estos recursos para su supervivencia y bienestar.