El dilema del liberalismo argentino: ¿apoyar la economía y rechazar el odio?

El dilema del liberalismo argentino: ¿apoyar la economía y rechazar el odio?

La polarización en Argentina plantea un dilema sobre si apoyar las políticas de Milei sin avalar su agenda de odio hacia minorías.

Juan Brignardello, asesor de seguros

Juan Brignardello Vela

Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.

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La reciente polarización en el seno de los sectores liberales en Argentina ha puesto de relieve un dilema ético y político que no se puede ignorar. En un contexto donde la figura de Javier Milei ha generado tanto fervor como rechazo, surge la pregunta: ¿es posible apoyar sus políticas económicas y al mismo tiempo rechazar su agenda de odio y discriminación? Esta cuestión resuena con fuerza tras su discurso en Davos y la multitudinaria marcha del pasado sábado, organizada por la comunidad LGBT. El liberalismo, como ideología, ha defendido históricamente la libertad individual y las libertades civiles. Desde su auge como movimiento revolucionario que abogó por la democracia representativa, ha buscado desmantelar las estructuras autoritarias y promover un Estado que garantice derechos y libertades. Sin embargo, la postura actual del Gobierno parece estar en contradicción con estos principios, especialmente en lo que respecta a las libertades civiles de las minorías. Las críticas hacia Milei no solo se centran en su enfoque económico, que muchos ven como una oportunidad para revitalizar la economía argentina. También se cuestiona su retórica incendiaria, que no solo deslegitima a la comunidad LGBT, sino que también siembra la semilla del odio hacia aquellos que se desvían de la norma. Constatar que las declaraciones del presidente se alinean con un discurso de odio resulta alarmante para quienes consideran que la inclusión y el respeto a la diversidad son pilares fundamentales de una sociedad libre. Es importante recordar que el liberalismo defiende la igualdad ante la ley y promueve la libertad de expresión. A pesar de esto, el Gobierno ha mostrado signos de intolerancia en varias ocasiones, incluidas las presiones sobre medios de comunicación y periodistas que critican su gestión. Casos como el despido del periodista Marcelo Longobardi evidencian un ambiente hostil hacia el disenso, algo que debería hacer reflexionar a quienes se autodenominan liberales. Las afirmaciones de Milei sobre la "ideología de género" y las suposiciones erróneas que las acompañan dan cuenta de una falta de comprensión y respeto hacia la realidad de las personas trans y a la diversidad de identidades de género. Sus comentario sobre situaciones ficticias no solo distorsionan la verdad, sino que también perpetúan un clima de miedo y estigmatización, poniendo en riesgo la seguridad y el bienestar de las minorías. Frente a esta situación, surge una dicotomía: ¿es posible ser liberal y apoyar a un Gobierno que no respeta las libertades civiles? Este dilema ha tenido precedentes en la historia argentina, donde algunos liberales han justificado su apoyo a regímenes autoritarios en nombre de la estabilidad económica. Sin embargo, la historia ha demostrado que tal justificación es insostenible, ya que el costo social y político de tales decisiones es a menudo desmedido. El filósofo Agustín Laje ha defendido la idea de un "libertarianismo conservador", proponiendo que la libertad económica puede coexistir con un marco moral conservador. Este planteamiento ha suscitado debates sobre la verdadera naturaleza del liberalismo en el contexto argentino contemporáneo. La pregunta persiste: ¿puede un modelo que busca la libertad económica sacrificar las libertades individuales en el camino? Por otro lado, el politólogo Andrés Malamud ha señalado una transformación en la figura de Milei, sugiriendo que su enfoque ha pasado de una postura económica a una cultural, similar a líderes de la ultraderecha en otros países. Esta evolución es preocupante, no solo por la creación de un ambiente hostil hacia las minorías, sino también por las implicaciones que tiene para el futuro del liberalismo en Argentina. Las tensiones entre la economía y la ética son palpables. Si bien muchos argentinos buscan soluciones a la crisis económica, la forma en que se articulen esas soluciones no debe basarse en el desprecio o la deshumanización de grupos vulnerables. La verdadera libertad debe incluir la libertad de ser y de vivir sin miedo al juicio o el rechazo. Por lo tanto, resulta crucial que los sectores liberales se replanteen su postura y examinen las consecuencias de sus elecciones. Ignorar la agenda de exclusión y odio que se manifiesta en el discurso del Gobierno podría llevar a un retroceso significativo en los avances logrados en materia de derechos civiles en el país. La defensa de un modelo económico debe ir de la mano con la protección de las libertades individuales y la promoción de una sociedad inclusiva y justa. En conclusión, el desafío que enfrenta el liberalismo argentino es monumental. No se puede construir un futuro próspero y libre ignorando la diversidad y la dignidad de todos los ciudadanos. La historia nos ha enseñado que la convivencia pacífica y el respeto mutuo son las bases sobre las cuales se edifica una verdadera democracia. El tiempo dirá si los liberales elegirán el camino de la inclusión o se conformarán con un modelo que, aunque económico, se erige sobre la exclusión y el miedo.

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