Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
A medida que California lidia con las consecuencias de los devastadores incendios forestales que han arrasado vecindarios en Los Ángeles, la histórica lucha del estado con una amplia variedad de desastres se hace dolorosamente evidente. La crisis actual es un recordatorio contundente de que la belleza natural de California tiene un costo, a menudo manifestado en forma de eventos trágicos y catastróficos. Desde incendios forestales y terremotos hasta inundaciones y disturbios, el estado ha experimentado su buena parte de agitación, lo que sugiere que una postura más proactiva es esencial para salvaguardar vidas y propiedades. Los ecos de desastres pasados resuenan a lo largo de la historia de California. Hace solo seis décadas, las regiones del norte enfrentaron inundaciones catastróficas debido a tormentas implacables, con la cuenca del río Eel absorbiendo asombrosas 22 pulgadas de lluvia en solo 48 horas. Las consecuencias fueron devastadoras: pequeños pueblos sumergidos bajo 50 pies de agua, puentes destruidos y el gobierno federal obligado a enviar buques navales para operaciones de rescate y ayuda de emergencia. Este no fue un incidente aislado; Crescent City había enfrentado un tsunami apenas unos meses antes, desencadenado por un enorme terremoto en Alaska, lo que destaca aún más la vulnerabilidad del estado ante calamidades naturales. Los datos de la década de 1990 ilustran la frecuencia y amplitud de los desastres durante el mandato del gobernador Pete Wilson, donde todos los condados de California fueron declarados áreas de desastre al menos una vez. El Terremoto de Northridge, los disturbios de Rodney King en 1992 y las significativas inundaciones de 1997 contribuyeron colectivamente a una narrativa sombría de calamidad. Wilson intentó promover un modelo de “gobierno preventivo”, abogando por una estrategia destinada a abordar problemas antes de que se convirtieran en crisis de gran magnitud. Sin embargo, la implacable marea de desastres frustró estos esfuerzos y subrayó la necesidad de un cambio en el enfoque. La pregunta apremiante ahora es cómo California puede mitigar el impacto de tales desastres en el futuro. El estado debe reconocer que continuar construyendo en áreas propensas a inundaciones e incendios no solo es insostenible, sino peligroso. Implementar estándares de construcción estrictos para mejorar la resiliencia de los edificios contra los riesgos de incendio e inundación es un primer paso vital. La evidencia anecdótica de que los materiales resistentes al fuego han protegido hogares durante los recientes incendios sirve como un argumento convincente para cambios regulatorios. Además, el diseño de rutas de escape y sistemas de evacuación debe ser prioritario. Las calles estrechas y sinuosas de los vecindarios adinerados del sur de California se han convertido en trampas traicioneras durante las evacuaciones. Una reevaluación exhaustiva de la planificación urbana, con un énfasis en la seguridad y accesibilidad durante emergencias, es innegociable. El seguro también requiere una revisión radical. Con el mercado de seguros del estado en crisis, el Comisionado de Seguros Ricardo Lara está finalizando nuevas regulaciones para tener en cuenta las pérdidas futuras en los cálculos de primas. Sin embargo, puede ser necesaria una solución más ambiciosa. La introducción de una póliza maestra respaldada por el estado que ofrezca cobertura básica de daños podría sentar las bases para un panorama de seguros más estable. Al financiar esto a través de tarifas de propiedad obligatorias, California podría ofrecer a los propietarios de bienes raíces la opción de adquirir cobertura adicional, distribuyendo así el riesgo de manera más equitativa a lo largo de la población. La disposición de California hacia el desastre no es mera coincidencia; está arraigada en su identidad. Por lo tanto, reconocer esta realidad y adoptar una mentalidad preventiva, como el gobernador Wilson intentó una vez, es esencial. El estado debe pivotar de medidas reactivas a una estrategia integral que anticipe y mitigue los riesgos de desastres. Solo así California podrá salvaguardar a sus comunidades, preservar sus paisajes preciados y honrar las vidas perdidas ante los caprichos de la naturaleza.