Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
A medida que conmemoramos el 20 aniversario del devastador tsunami que golpeó el océano Índico el 26 de diciembre de 2004, el mundo reflexiona no solo sobre la tragedia en sí, sino también sobre los profundos cambios en la comunicación y la respuesta a desastres que han ocurrido desde aquel fatídico día. El tsunami, provocado por un terremoto de magnitud 9.1 frente a la costa de Sumatra, cobró la vida de más de 220,000 personas en múltiples naciones, dejando un impacto duradero en los sobrevivientes y las comunidades. En las horas posteriores al tsunami, las principales fuentes de información eran los medios de comunicación tradicionales: noticias en televisión, periódicos y agencias de noticias, que a menudo luchaban por transmitir la magnitud del desastre en tiempo real. Mark Oberle, quien estaba de vacaciones en Phuket, Tailandia, en ese momento, comenzó a bloggear para actualizar a amigos y familiares preocupados sobre la situación. Sus relatos de primera mano ayudaron a ofrecer un vistazo al caos y la destrucción, pero muchos quedaron en la oscuridad durante días. La comunicación se vio obstaculizada por la falta de información inmediata y el entendimiento de lo que era un tsunami, especialmente en lugares como India, donde miles se ahogaron sin previo aviso. Avancemos dos décadas y el panorama de la cobertura y respuesta a desastres ha cambiado radicalmente con la llegada de las plataformas de redes sociales. En 2004, las redes sociales estaban en su infancia, con Facebook apenas ganando terreno y YouTube aún por lanzarse. Hoy en día, plataformas como Instagram y Twitter (ahora X) permiten el intercambio en tiempo real de información, permitiendo a millones seguir los eventos a medida que se desarrollan. El periodismo ciudadano ha emergido como una herramienta poderosa, con individuos utilizando sus teléfonos inteligentes para proporcionar actualizaciones, compartir información crítica e incluso ayudar a localizar personas desaparecidas durante desastres. Durante eventos recientes, como las inundaciones en España y el terremoto de 2022 en Turquía, las redes sociales demostraron ser invaluables para coordinar esfuerzos de rescate y difundir información vital. Los expertos coinciden en que la información oportuna puede salvar vidas, y las capacidades de rápida difusión de las redes sociales podrían haber alterado significativamente el resultado del desastre de 2004. Los sistemas de comunicación avanzados y las aplicaciones móviles ahora proporcionan alertas inmediatas sobre amenazas potenciales, rutas de evacuación y refugios disponibles, reduciendo el riesgo de desinformación y pánico que caracterizó la respuesta a desastres en el pasado. Sin embargo, el auge de las redes sociales también presenta desafíos, incluida la propagación de rumores y desinformación que pueden interrumpir los esfuerzos de ayuda. Casos de desinformación durante desastres naturales han llevado a la desconfianza entre las comunidades y las agencias de ayuda, destacando la naturaleza de doble filo de la comunicación inmediata. Los académicos enfatizan la necesidad de mecanismos robustos para filtrar información precisa de afirmaciones engañosas para mejorar la respuesta a desastres. Desde la provincia de Aceh en Indonesia, que soportó el peso del tsunami, están surgiendo historias de resiliencia y preparación. Teuku Hafid Hududillah, un sobreviviente convertido en observador de terremotos, ahora forma parte de un equipo que trabaja para mejorar los sistemas de detección de terremotos y alertas de tsunami en Aceh, asegurando que, si el desastre vuelve a ocurrir, la provincia esté mejor equipada para responder. Con sirenas y tecnología de comunicación mejoradas, las autoridades esperan prevenir una repetición de la devastación sufrida hace dos décadas. A pesar de estos avances, persisten los desafíos. Los residentes piden una mejor planificación urbana e infraestructura para garantizar rutas de evacuación seguras. Los recuerdos de pérdida aún atormentan a muchos, impulsando un deseo colectivo de preparación y resiliencia ante la imprevisibilidad de la naturaleza. Al reflexionar sobre las lecciones aprendidas del tsunami de 2004, queda claro que, si bien la tecnología ha mejorado nuestras capacidades en la respuesta a desastres, el elemento humano—la conciencia comunitaria, la preparación y el espíritu de solidaridad—sigue siendo primordial para enfrentar los desafíos futuros. La tragedia del tsunami del océano Índico sirve como un recordatorio inquietante de nuestra vulnerabilidad, pero también como un catalizador para el cambio en cómo nos comunicamos, respondemos y, en última instancia, nos esforzamos por salvar vidas.