Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
El 26 de diciembre de 2004, a las 9:36 a.m., se desarrolló un evento catastrófico que cambiaría el curso de la historia para muchas naciones, especialmente en la región del océano Índico. El tsunami del océano Índico, provocado por un monumental terremoto submarino de magnitud 9.3, resultó en casi 240,000 vidas perdidas en 14 países, siendo Indonesia el que sufrió la mayor cantidad de víctimas, aproximadamente 128,000, mientras que Sri Lanka enfrentó las devastadoras secuelas de casi 40,000 bajas. Esta tragedia no solo marcó un capítulo sombrío en los anales de los desastres naturales, sino que también grabó el término "tsunami" en la conciencia pública, un término anteriormente desconocido para la vasta mayoría de la población. Al acercarnos al 20.º aniversario de esta calamidad, los recuerdos de aquel día fatídico evocan una profunda tristeza y reflexión. La magnitud de la destrucción dejó a los pueblos costeros en ruinas, un recordatorio inquietante de la furia de la naturaleza. La palabra "tsunami", derivada del japonés y que significa "ola de puerto", se ha convertido desde entonces en sinónimo de miedo y pérdida. El evento alteró para siempre las percepciones de vulnerabilidad, particularmente en países que previamente se consideraban seguros ante tales desastres. Tras la tragedia, se generó una acción global. La comunidad internacional se reunió rápidamente en Kobe, Japón, para establecer el Marco de Acción de Hyogo, un plan de diez años destinado a la reducción del riesgo de desastres. Esto se complementó con la creación del Sistema de Alerta y Mitigación de Tsunamis del Océano Índico, equipado con estaciones de monitoreo avanzadas diseñadas para proporcionar alertas oportunas para futuros eventos sísmicos. A pesar de estos avances, dos décadas después, persisten brechas en los sistemas de alerta temprana, particularmente en alcanzar a las poblaciones más vulnerables y a las comunidades costeras remotas. La tecnología ha avanzado significativamente desde 2004, con el establecimiento de numerosas estaciones de monitoreo del nivel del mar y la implementación de métodos de transmisión de datos más sofisticados. El sistema ahora incluye aproximadamente 1,400 estaciones que proporcionan datos en tiempo real, una mejora drástica respecto a solo una que operaba en 2004. Sin embargo, la complacencia se ha infiltrado en la preparación ante desastres. La realidad de un tsunami que se aproxima rápidamente exige atención urgente a la preparación operativa, ya que el potencial de un gran evento sísmico sigue presente. Se han realizado simulacros y simulaciones, pero la verdadera prueba de nuestra preparación permanece sin examinar. El desafío radica en asegurar una comunicación rápida y protocolos de evacuación efectivos, particularmente en áreas costeras donde los residentes pueden tener solo minutos para escapar de las aguas crecientes. El espectro del cambio climático añade otra capa de incertidumbre, ya que el aumento del nivel del mar y los eventos climáticos extremos amenazan con agravar los riesgos que enfrentan las comunidades costeras de baja altitud. Otro aspecto vital es el costo psicológico de tales desastres. Las cicatrices que quedan en individuos y familias por la pérdida de seres queridos y hogares no se sanan fácilmente. Al recordar a las víctimas del tsunami del día de San Esteban, también debemos reconocer la necesidad de apoyo en salud mental y estrategias para ayudar a los afectados a reconstruir sus vidas. La respuesta a tales emergencias debe ser integral y multifacética, abordando no solo las repercusiones físicas, sino también las emocionales del desastre. A medida que conmemoramos las vidas perdidas y la resiliencia mostrada en las últimas dos décadas, es esencial continuar abogando por la mejora de las estrategias de preparación y respuesta. El océano, aunque es un recurso crítico para naciones insulares como Sri Lanka, exige respeto y precaución. Las lecciones aprendidas del tsunami del océano Índico no deben ser olvidadas; en cambio, deben servir como un catalizador para la investigación continua, el avance tecnológico y la preparación comunitaria. En última instancia, aunque esperamos no ser testigos de una tragedia de esta magnitud nuevamente, debemos permanecer vigilantes, informados y listos para actuar, asegurándonos de que los recuerdos de los que se han perdido nos guíen hacia un futuro más seguro.