Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
El 7 de septiembre de 2017, México vivió una de las experiencias sísmicas más impactantes de su historia reciente, cuando un temblor de magnitud 8.2 sacudió el país. Con epicentro en el Golfo de Tehuantepec, este sismo, considerado el más fuerte de casi un siglo, dejó una profunda huella en la memoria colectiva de millones de mexicanos. Al conmemorarse hoy el séptimo aniversario, es inevitable recordar no solo la magnitud del fenómeno natural, sino también el impacto que tuvo en la vida de tantas personas. A las 23:49 horas de esa fatídica noche, el suelo tembló con tal fuerza que muchos se vieron obligados a abandonar sus hogares en un instante. El horror y la incertidumbre se apoderaron de las comunidades del sur y centro del país, que sintieron las vibraciones del sismo y sus numerosas réplicas. En total, se contabilizaron 4,326 réplicas en las semanas posteriores, siendo la más potente de ellas de magnitud 6.1, que continuó recordando a los mexicanos que la naturaleza puede ser implacable. El presidente en funciones, Enrique Peña Nieto, se dirigió al país en un momento crucial, alertando sobre la gravedad de la situación y señalando que era un evento histórico. A medida que se comenzaba a evaluar la magnitud de los daños, se hizo evidente que el costo humano sería devastador. Al final, el sismo se cobró la vida de 99 personas, un triste recordatorio del costo humano que implica la naturaleza en su forma más feroz. A pesar de que los mexicanos han demostrado resiliencia ante desastres naturales, el sismo del 7 de septiembre dejó un legado persistente. La reconstrucción de viviendas, la recuperación de infraestructura y la atención a las víctimas marcaron una era de esfuerzo colectivo. Sin embargo, estos esfuerzos no siempre han tenido el éxito deseado. La pregunta que surge al reflexionar sobre estos años es: ¿está México realmente preparado para enfrentar la próxima gran sacudida? A esta reflexión se suma un preocupante estudio reciente que revela que el 80% de los mexicanos enfrenta problemas para pagar sus deudas y que un 10% está sobreendeudado. Estos datos se convierten en un eco de las dificultades económicas que enfrenta la población en un contexto donde los desastres naturales y la inestabilidad económica pueden ser devastadores. La capacidad de recuperación de una nación no solo depende de las estructuras físicas, sino también de la estabilidad económica y emocional de su población. La combinación de la memoria de un sismo devastador y la actual crisis de deudas plantea un desafío significativo. Los mexicanos se encuentran en una encrucijada, tratando de encontrar un equilibrio entre la reconstrucción de sus hogares y la lucha diaria por mantener su estabilidad financiera. ¿Cómo pueden las autoridades y la sociedad civil trabajar juntos para construir un futuro más sólido? Con un panorama tan delicado, es crucial que se fortalezcan los programas de educación financiera y se promueva la solidaridad entre los ciudadanos. La prevención de deudas excesivas y la gestión adecuada de los recursos son herramientas esenciales para que las personas se sientan seguras ante cualquier eventualidad, ya sea un sismo o una crisis económica. La conmemoración de este sismo no debe ser solo un recordatorio del pasado, sino un llamado a la acción. Se necesita una revisión de las políticas públicas, así como estrategias que integren la recuperación física con un apoyo real a las comunidades que luchan contra la incertidumbre económica. La lección más importante que deja el 7 de septiembre es que la preparación y la prevención son las mejores respuestas ante lo inesperado. Al mirar hacia el futuro, México debe encontrar formas de fortalecer su tejido social y económico, aprovechando la resiliencia que ha demostrado en el pasado. La historia de este sismo puede ser un hito de dolor, pero también una oportunidad para el cambio y la mejora en la forma en que se enfrenta la adversidad. Así, al recordarlo, se puede convertir en un símbolo de esperanza y unidad ante los desafíos que aún están por venir.