Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
Durante dos largas décadas, el equipo de fútbol de San Marino ha sido el epítome de la futilidad en el deporte internacional. Sin embargo, en una humilde noche de septiembre, ocurrió un cambio monumental cuando el equipo finalmente rompió su notoria racha de partidos sin ganar, logrando una victoria por 1-0 contra Liechtenstein en un encuentro de la Liga de Naciones. No fue solo otro partido; fue un momento histórico, una catártica liberación para jugadores y aficionados por igual, mientras celebraban una victoria que muchos habían pensado que nunca llegaría. San Marino, una minúscula república enclavada en el norte de Italia con una población de alrededor de 33,000, ha sido durante mucho tiempo el hazmerreír del fútbol internacional. En los últimos 20 años, han soportado la asombrosa cifra de 196 derrotas, con solo nueve empates y una única victoria: un amistoso contra Liechtenstein en 2004. Su récord competitivo ha estado plagado de contundentes derrotas, incluyendo una extenuante paliza de 13-0 a manos de Alemania. Parecía que, para San Marino, los dioses del fútbol habían dado la espalda. Sin embargo, el ambiente estaba cargado de anticipación mientras se enfrentaban a Liechtenstein una vez más, esta vez en un partido competitivo. Las apuestas eran monumentales y, para una nación que a menudo ha sido descartada como simple carne de cañón para equipos más prestigiosos, la atmósfera era eléctrica. Se reunió una modesta multitud, y aunque solo contaban por cientos, sus esperanzas y sueños eran palpables. El partido en sí no fue un espectáculo de fútbol de alta calidad. Ambos equipos lucharon por encontrar su ritmo en una primera mitad sin tiros a puerta. Pero todo cambió en el minuto 52 cuando Nicko Sensoli, de 19 años, aprovechó una oportunidad que pasaría a la historia. En medio del caos defensivo de Liechtenstein, Sensoli se aprovechó de una falta de comunicación y, con destreza, colocó el balón en la red: San Marino había anotado, y el estadio estalló de alegría. Los jugadores cayeron al suelo, los suplentes se lanzaron al campo y los aficionados jubilosos agitaron sus camisetas en el aire, celebrando lo que parecía un logro monumental. Fue un gol que trascendió el propio deporte; simbolizaba esperanza y perseverancia contra todo pronóstico. Fue un momento mágico para un equipo que a menudo había sido objeto de bromas en el fútbol internacional. A medida que el reloj avanzaba hacia el pitido final, San Marino defendió con todas sus fuerzas. La nerviosidad reinaba mientras resistían un bombardeo de ataques por parte de sus oponentes, aferrándose a su estrecha ventaja. Cuando el árbitro finalmente señaló el final del partido, la alegría desenfrenada era palpable. Los jugadores se abrazaron, las lágrimas de alivio rodaron por sus rostros y los aficionados rugieron en celebración de una victoria que les había eludido durante tanto tiempo. Esta victoria no se trataba meramente del marcador; se trataba de la resiliencia de un grupo de jugadores que, a pesar de ser en su mayoría amateurs con trabajos fuera del fútbol, mostraron un amor inquebrantable por el juego. Se trataba de una comunidad que había permanecido unida a través de años de dificultades, continuando apoyando a su equipo en las buenas y en las malas. La victoria fue un testimonio del poder de la esperanza, la determinación y el espíritu inquebrantable del deporte. Al levantar finalmente la carga de una racha de 20 años sin ganar, San Marino también se encontró en la cima de su grupo en la Liga de Naciones. La alegría de su tan esperada victoria será recordada por generaciones, con Sensoli grabando su nombre en los anales de la historia como el héroe de la noche. Porque en el fútbol, y en la vida, los desvalidos pueden triunfar, y los milagros pueden suceder.