Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
La tentación por el poder absoluto es una constante que ha marcado la historia política de México, y parece que pocos han podido resistirse a ella. La ambición de controlar todo, de tener la última palabra en cada decisión que afecta al pueblo, es un deseo que consume a muchos políticos, quienes ven en el poder una tarjeta de crédito sin límites. Esta búsqueda incesante de dominio a menudo se traduce en decisiones que sacrifican el bienestar de la ciudadanía en aras de alcanzar fines personales o de grupo. En este contexto, el poder y el dinero se convierten en los actores principales de un juego peligroso. Las reformas impulsadas por Enrique Peña Nieto, particularmente aquellas que buscaban abrir el sector energético a la inversión privada, ejemplifican esta dinámica. Con la promesa de modernizar la infraestructura y aumentar la competitividad, se ocultaba una red de intereses que beneficiaba a empresarios cercanos al Grupo Atlacomulco. La sombra del escándalo de Odebrecht permeó este proceso, y a pesar de las evidencias de corrupción, el actual presidente, Andrés Manuel López Obrador, no hizo más que mirar hacia otro lado. La reciente detención de Emilio Lozoya, arquitecto de esta operativa corrupta, dejó un sabor amargo en la población, pues su encarcelamiento fue más simbólico que efectivo, reflejando una impunidad que persiste. El actual gobierno no ha estado exento de la misma tentación. La obsesión de López Obrador por consolidar su poder lo llevó a colocar en posiciones clave de los órganos electorales a personas que le son leales, garantizando así una mayoría en el Congreso que podría considerarse como un permiso para actuar sin restricciones. Este control se extiende a las instituciones judiciales, donde jueces y magistrados parecen estar a las órdenes del Ejecutivo, un fenómeno que recuerda la advertencia de Emiliano Zapata sobre la silla del poder: quien la ocupa, pierde la razón. Este fenómeno no es nuevo. La historia está llena de ejemplos de líderes que, una vez en el poder, se convierten en prisioneros de sus propias ambiciones. La anécdota de Eufemio Zapata intentando quemar la silla presidencial en un acto de desesperación es solo un recordatorio de cómo la ambición puede llevar a la locura. Hoy, López Obrador se sienta en una replica de esa misma silla, disfrutando de los placeres del poder mientras la población observa con creciente inquietud. Con la mayoría calificada a su favor, el gobierno de López Obrador se encuentra en una posición de ventaja desmedida. La oposición, que representa a una parte significativa de la población mexicana, se ve minimizada en el proceso legislativo, convirtiéndose en un eco de voces que muy pronto podrían ser irrelevantes. La falta de necesidad de negociar con otros partidos para alcanzar sus objetivos legislativos implica que el diálogo político se ha transformado en un monólogo autoritario. La situación se vuelve aún más preocupante al considerar que la incertidumbre económica se cierne sobre el país. Con una reforma que podría alejar a la inversión extranjera y un clima de desconfianza en el mercado, el legado que dejará López Obrador a su sucesora, Claudia Sheinbaum, podría ser uno de inestabilidad y crisis. Esto es particularmente alarmante considerando el impacto que tendría en millones de empleos que dependen de un ambiente propicio para la inversión. Las declaraciones de embajadores de países aliados, que señalan los peligros de la actual política económica, son vistas como injerencias en la soberanía nacional por parte del gobierno. Sin embargo, muchos mexicanos se preguntan: ¿quién realmente está defendiendo sus intereses? La retórica beligerante de López Obrador podría llevar a consecuencias más graves, dejando a la población en una situación de vulnerabilidad. En el ámbito legislativo, la configuración del nuevo Congreso Federal revela un panorama donde los viejos lemas de unidad y diálogo se ven reemplazados por una lucha de poder constante. La llegada de nuevos liderazgos dentro de los grupos parlamentarios no garantiza un cambio en la dinámica, ya que la gobernabilidad exigirá un cambio en las actitudes. Sin embargo, es incierto si estos nuevos líderes podrán mantener su autonomía en un entorno donde la presión del Ejecutivo es palpable. Por otro lado, la actividad política no se limita a la lucha por el control. Eventos como la "Carrera con Causa" organizada por AMACARGA demuestran que hay espacios donde la sociedad civil busca contribuir de manera positiva. A medida que la política se torna más polarizada, iniciativas que fomenten la solidaridad y el apoyo comunitario son más necesarias que nunca. Finalmente, la historia de la política mexicana está llena de ciclos donde el poder absoluto ha llevado a la corrupción y al descontento social. La clave para salir de este ciclo no solo radica en una oposición vigorosa, sino también en una ciudadanía informada y activa. Solo así se podrá romper la ilusión de que el poder es un fin en sí mismo y, en su lugar, convertirlo en un medio para el bienestar común.