Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
En un rincón inhóspito de la selva del Darién, donde la naturaleza se muestra en todo su esplendor y peligro, se encuentra un refugio improvisado para inmigrantes. Aquí, un restaurante ofrece una sorprendente mezcla de pescado frito, chuletas de cerdo e internet 5G, atrayendo a los viajeros que intentan cruzar hacia Panamá. Sin embargo, a solo media hora a pie, la realidad se torna sombría: una valla de alambre de cuchillas se interpone en su camino, y un agente del Senafront, la fuerza fronteriza panameña, advierte que la ruta está cerrada. Este contraste pone de relieve la complejidad y el caos que imperan en el tapón del Darién, una región que se ha convertido en un peligroso paso para miles de migrantes que buscan un futuro mejor. En los últimos años, la cantidad de personas que se aventuran a cruzar este inhóspito segmento de selva ha aumentado exponencialmente. El gobierno estadounidense, encabezado por el presidente Joe Biden, había establecido un acuerdo con Panamá para abordar esta crisis migratoria. El nuevo presidente panameño, José Raúl Mulino, había prometido cerrar la frontera y frenar el flujo de inmigrantes. Sin embargo, en un giro inesperado, Mulino parece haber retrocedido en sus promesas, lo que ha dejado a ambos países en una situación inestable y caótica. Históricamente, el tapón del Darién ha sido considerado un territorio demasiado peligroso para la travesía, pero la creciente violencia, la tiranía y las crisis económicas en América Latina han empujado a un número cada vez mayor de personas a arriesgarse. De menos de 10,000 cruces en 2014, se estima que más de 500,000 migrantes lo hicieron el año pasado, un número que podría aumentar nuevamente tras las recientes elecciones presidenciales en Venezuela, donde el autócrata Nicolás Maduro continúa en el poder. El acuerdo firmado entre Panamá y Estados Unidos preveía que aquellos migrantes sin derecho a permanecer en Panamá serían enviados de vuelta a sus países, utilizando vuelos pagados por el gobierno estadounidense. No obstante, las complicaciones logísticas se han ido acumulando. La mayoría de los migrantes venezolanos carecen de pasaportes válidos, lo que pone en entredicho la viabilidad de deportaciones masivas. Con el 93% de los migrantes sin documentos adecuados, el panorama se torna aún más sombrío. A pesar de las expectativas iniciales, Mulino ha comenzado a cambiar su postura, sugiriendo que los vuelos de deportación serían voluntarios. En un contexto donde regresar a Venezuela equivale a enfrentarse a una crisis humanitaria, es poco probable que la mayoría de los migrantes elija volver. Mientras tanto, la violencia en otros países de origen, como Haití y Ecuador, sigue alimentando el flujo migratorio hacia el norte. Ante esta realidad, el enfoque del gobierno panameño ha comenzado a transformarse. Se habla ahora de establecer un "corredor humanitario" que permita gestionar el flujo de migrantes de manera más ordenada. Sin embargo, la implementación de esta idea se enfrenta a numerosos desafíos, incluidos el hacinamiento y la falta de recursos suficientes para atender a la creciente población migrante. Las tensiones entre los gobiernos de Panamá y Estados Unidos también se han intensificado. Mientras Biden agradece a Mulino por su colaboración en la gestión de la migración, en el terreno las discrepancias sobre cómo manejar esta crisis se hacen evidentes. Con una creciente preocupación por la seguridad en la frontera, los votantes panameños están más enfocados en las amenazas que perciben de las bandas criminales que operan en la región. Además, el crimen organizado se ha adueñado de esta situación, con bandas como el Clan del Golfo controlando el tráfico de migrantes y obteniendo enormes beneficios económicos en el proceso. Esta dinámica complica aún más la lucha de los gobiernos por gestionar la migración y garantizar la seguridad en la frontera. Mientras tanto, las historias de los migrantes continúan siendo desgarradoras. Muchas familias, engañadas por traficantes que prometen una travesía segura y rápida, se encuentran atrapadas en un viaje lleno de sufrimiento y desesperanza. La travesía a través del Darién se convierte en una odisea mortal, donde muchos enfrentan la muerte y el asalto por parte de criminales. En un momento donde la política migratoria se convierte en una pieza clave en las agendas de ambos países, el sufrimiento de estos migrantes es a menudo olvidado. La falta de consenso entre Panamá y Estados Unidos, junto con las realidades sobre el terreno, augura un futuro incierto para quienes buscan un nuevo comienzo, mientras la selva del Darién sigue siendo un símbolo de los sueños rotos y la lucha por la supervivencia.