Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
La atmósfera en Caracas ha cambiado drásticamente desde las elecciones del 28 de julio, cuando la controversia en torno a los resultados provocó una ola de protestas y un alto nivel de represión. La ciudad, que antes parecía repleta de vida y esperanza, ahora enfrenta un clima de miedo y precaución que se siente por todo su territorio. Las calles, que una vez vibraron con música y celebraciones, han sido reemplazadas por un silencio inquietante, especialmente al caer la noche, cuando la tensión se hace palpable. Las vivencias de los caraqueños narran una historia de transformación abrupta. Andrea, una joven comerciante de 22 años del barrio 23 de Enero, describe cómo la vida cotidiana se ha visto profundamente afectada. "Desde la elección y la represión a las protestas, todos estamos con miedo. Nos andamos con mucha precaución", afirma, reflejando la nueva realidad de una comunidad que siempre fue conocida por su vibrante actividad nocturna. Ahora, las calles quedan desiertas a medida que cae la noche, como si un toque de queda no declarado se hubiera impuesto. El 23 de Enero, un barrio históricamente vinculado al chavismo, se convirtió en un foco de resistencia. Andrea menciona que, a pesar de las amenazas de los colectivos —grupos paramilitares leales al gobierno—, muchos vecinos se unieron a los cacerolazos de protesta. Sin embargo, la intimidación ha logrado sofocar estas expresiones de descontento, lo que ha llevado a un aumento notable de la represión. Carlos, un joven de El Calvario, comparte su experiencia de terror tras un intento de protesta. La visita de la policía a su vecindario y las detenciones arbitrarias han dejado una marca indeleble en la comunidad. La represión no se limita a los eventos de protesta. Informes de detenciones masivas y violentas de personas inocentes han surgido, con un enfoque particular en los barrios populares, donde la pobreza y la vulnerabilidad hacen a sus habitantes blanco fácil de las autoridades. Gonzalo Himiob, defensor de derechos humanos y vicepresidente del Foro Penal, denuncia que la situación se ha convertido en una política de Estado orientada a la neutralización de la oposición, utilizando el miedo como herramienta de control. Los residentes de Caracas se ven obligados a adoptar nuevas estrategias de supervivencia en medio del caos. Algunos han optado por cerrar sus negocios más temprano o incluso dejar de abrir. El temor ha llevado a muchos a eliminar cualquier indicio de oposición en sus teléfonos, temerosos de represalias por parte de las fuerzas del orden. La desconfianza entre vecinos crece, y la actividad económica se ha visto severamente restringida, con la esperanza de una vuelta a la normalidad desvaneciéndose rápidamente. A pesar de la represión, algunos sectores de la sociedad intentan seguir adelante. Valentina, una ingeniera que vive en la zona de Bello Campo, relata cómo, tras presenciar la represión en una protesta cercana, se siente insegura al salir a la calle. Sin embargo, la necesidad empuja a muchos a continuar con sus vidas cotidianas, obligando a algunos negocios a abrir nuevamente, aunque con una clientela significativamente reducida. El clima de incertidumbre se siente en cada rincón de la ciudad, y mientras algunos intentan retomar sus rutinas, muchos otros están atrapados en un constante estado de alerta. Cualquier actividad que involucre el disenso puede ser vista como un acto de provocación, y el miedo a ser identificado como opositor se ha convertido en una sombra que persigue a los caraqueños. Todo el mundo parece estar mirando por encima del hombro, esperando un momento propicio para expresarse, pero con el temor de que ese momento podría costarles la libertad. Así, Caracas se encuentra sumida en una lucha entre la esperanza de un cambio político y el dominio del miedo. Las elecciones, que alguna vez prometieron un nuevo comienzo, se han transformado en un recordatorio del control opresivo del régimen. La vida sigue en la ciudad, pero lo hace bajo la sombra de la represión, con una población dividida entre el deseo de libertad y el temor a las consecuencias de demandar esa libertad. Mientras la tensión persiste, la gran pregunta que se cierne sobre la capital venezolana es si algún día podrá regresar a esa vida vibrante y esperanzadora que parecía vislumbrarse antes de la elección. La represión continúa, pero en el corazón de muchos venezolanos arde la llama de la resistencia, esperando que un nuevo amanecer les devuelva la voz y la libertad que les ha sido robada.