Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
Las llamas han vuelto a ser protagonistas en España, encendiendo la preocupación de expertos y ciudadanos por igual. A finales de julio, varios puntos del país, como Málaga, Cuenca y Alicante, se vieron afectados por incendios forestales que, aunque controlados en su mayoría, dejaron claro que la emergencia no ha cesado. Con el verano aún en su apogeo, el riesgo de nuevos focos sigue latente, especialmente ante la escasez de precipitaciones y las proyecciones de altas temperaturas que prometen azotar la península en las próximas semanas. La situación es alarmante. Un informe de WWF señala que, aunque el número de incendios en España ha disminuido un 34% desde hace dos décadas, los que ocurren son cada vez más devastadores. En 2022, el país vivió uno de los años más catastróficos en su historia forestal, con más de 300.000 hectáreas consumidas por el fuego. El 2023, aunque con cifras menores, se convirtió en el cuarto peor de la última década, con 89.000 hectáreas afectadas. Este incremento en la virulencia de los incendios no es casualidad. Los expertos de la Fundación Pau Costa explican que, desde los años 60, el aumento en la frecuencia de incendios ha ido de la mano con la aparición de megaincendios, aquellos que arrasan grandes superficies y son casi imposibles de controlar. Estos focos, que pueden consumir más de 500 hectáreas, generan situaciones de riesgo extremo para la población, además de devastar el ecosistema. Los incendios en España no solo son un problema nacional; son parte de un fenómeno más amplio que afecta a toda la cuenca del Mediterráneo. Países como Portugal, Grecia, Francia e Italia también están enfrentando la amenaza de incendios forestales extremos que han alcanzado niveles récord en las últimas dos décadas. Las consecuencias son devastadoras: pérdida de vidas, propiedades y un impacto económico que asciende a miles de millones. La emergencia climática está exacerbando esta situación. El calentamiento global y la sequía prolongada han creado condiciones perfectas para que las llamas se propaguen con facilidad. Los vientos secos y las temperaturas por encima de los 40 grados centígrados actúan como un cóctel explosivo, facilitando el inicio de nuevos focos de incendio. Así, lo que podría empezar como una chispa se convierte rápidamente en un incendio que arrasa con todo a su paso. En este contexto, la clave para mitigar el impacto de los incendios forestales radica en la prevención y la gestión sostenible del paisaje. La Fundación Pau Costa enfatiza la necesidad de actuar sobre el abandono rural y de crear paisajes resilientes que puedan resistir mejor las llamas. Esto implica gestionar adecuadamente la acumulación de vegetación y su continuidad, evitando que se formen grandes masas forestales con un sotobosque denso y seco. WWF también subraya la importancia de diversificar el paisaje y restaurar los ecosistemas para prevenir futuros incendios. La restauración ecológica no solo ayuda a mitigar el riesgo de incendios, sino que también promueve la biodiversidad y potencia la actividad económica en zonas rurales. La idea es crear ecosistemas sanos que cumplan sus funciones ecológicas, regulen el clima y ofrezcan recursos naturales. Para lograr estos objetivos, es fundamental combinar la planificación territorial a gran escala con iniciativas locales que vayan más allá de la actual política de extinción. Las herramientas convencionales de prevención se han demostrado insuficientes ante la magnitud de la crisis actual. La clave está en adoptar un enfoque más integral que contemple tanto la prevención como la gestión sostenible del territorio. En resumen, el desafío de los incendios forestales en España y el resto de Europa es complejo y multifacético. La combinación de factores climáticos, la gestión ineficiente del paisaje y las prácticas de desarrollo rural inadecuadas han llevado a una situación crítica. La prevención y la gestión sostenible no son solo deseables; son absolutamente necesarias para proteger no solo el medio ambiente, sino también a las comunidades que dependen de él. La lucha contra las llamas debe ser una prioridad, y la acción colectiva es la única forma de enfrentar esta creciente amenaza.