Italia entre luces y sombras: ¿vigente el fascismo en el siglo XXI?

Italia entre luces y sombras: ¿vigente el fascismo en el siglo XXI?

Italia se enfrenta a la sombra del fascismo en pleno 2024, cuestionando si el extremismo del pasado persiste en la sociedad. El ascenso político de Giorgia Meloni y la presencia de grupos radicales plantean desafíos urgentes para el país, que lucha por definir su identidad política en medio de una creciente polarización. ¿Puede Italia dejar atrás su legado fascista o corre el riesgo de revivirlo en un nuevo contexto político incierto?

Juan Brignardello, asesor de seguros

Juan Brignardello Vela

Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.

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Política 15.06.2024

En las sombrías calles de Milán, un grupo de hombres se congrega con uniformes oscuros y tatuajes en sus cráneos afeitados, recordando a un estudiante de extrema derecha asesinado hace casi medio siglo. Con el saludo fascista en alto, la escena evoca los horrores del pasado mientras la multitud responde con un grito unísono de "¡Presente!". En pleno 2024, Italia se ve sacudida por una inquietante pregunta: ¿es el fascismo realmente algo del pasado, como afirma la primera ministra Giorgia Meloni y su partido Hermanos de Italia? Aunque Meloni ha asegurado que su movimiento ha evolucionado y distanciado de sus raíces fascistas, muchos temen que las señales de extremismo aún persisten en la sociedad italiana. El periodista Paolo Berizzi, quien ha vivido bajo protección policial debido a amenazas de grupos extremistas, sostiene que Italia nunca ha logrado reconciliarse con su turbulento pasado fascista. A pesar de la derrota militar de Mussolini en 1945, el ideario fascista continúa latente en la mentalidad de algunos italianos, alimentando la sombra del extremismo. Benito Mussolini, conocido como Il Duce, impuso un régimen totalitario marcado por la represión brutal, campos de concentración y alianzas con Hitler que desembocaron en la tragedia del Holocausto. A pesar de la prohibición formal del partido fascista en la posguerra, distintas manifestaciones del movimiento han persistido en la sociedad italiana. La Ley Scelba de 1952 intentó prohibir grupos antidemocráticos que enaltecieran el fascismo, pero su aplicación ha sido laxa, permitiendo que movimientos de extrema derecha encuentren espacios para su expresión. En contraste con países como Alemania, donde el saludo fascista conlleva sanciones penales, en Italia la interpretación judicial de este gesto es ambigua. El ascenso político de Meloni y su partido ha generado incertidumbre sobre el verdadero alcance del legado fascista en Italia. A pesar de su suavización retórica y su distanciamiento de posturas extremas, como la condena a la violencia en las manifestaciones, críticos sostienen que la presencia de antiguos símbolos y consignas fascistas en su discurso plantea dudas sobre su genuina ruptura con el pasado. El surgimiento de grupos como Forza Nuova, más radicales en sus posturas antiinmigración y pro-Rusia, añade un matiz preocupante al panorama político italiano. Sus acciones violentas, como el ataque a la sede sindical en 2021, revelan la persistencia de corrientes extremistas que desafían la narrativa de reconciliación posfascista. Ante este escenario, la sociedad italiana se debate entre la memoria histórica y el resurgimiento de ideologías peligrosas. Mientras figuras como Susanna Cortinovis defienden elementos del régimen de Mussolini, otros como Emily Clancy en Bolonia advierten sobre las amenazas actuales del extremismo de derecha, que atenta contra la diversidad y la democracia. En un contexto europeo donde la extrema derecha gana terreno, Italia se erige como un caso de estudio sobre la vigencia del fascismo en el siglo XXI. La ambigüedad en torno a símbolos fascistas, la legitimación de grupos radicales y la ambivalencia política plantean desafíos urgentes para una sociedad que aún no ha cerrado las heridas de su pasado totalitario. En este complejo escenario, la figura de Meloni y su intento por conciliar un discurso nacionalista con posturas más moderadas reflejan los dilemas de una nación que lucha por definir su identidad política en un contexto de polarización y radicalización creciente. La pregunta persiste: ¿puede Italia dejar atrás definitivamente su legado fascista o corre el riesgo de revivir sus sombras en un nuevo contexto político incierto?

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