
Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.




Desastres Naturales 04.06.2024
El verano se acerca y con él, el temor a un clima más salvaje que nunca. Los datos recopilados durante la temporada de calor del 2023 dieron lugar a cifras alarmantes: el hemisferio norte vivió su verano más caluroso en los últimos 2.000 años. Desde incendios forestales devastadores en Canadá hasta olas de calor mortales en Texas y Arizona, pasando por inundaciones repentinas en Vermont que rivalizaron con los estragos causados por huracanes, los efectos del cambio climático parecen estar alcanzando un punto crítico que no podemos ignorar.
Las proyecciones para el próximo año no son menos desalentadoras. Científicos de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica advierten que la temporada de huracanes del Atlántico 2024 podría ser la más activa hasta la fecha. El cambio climático, impulsado por los patrones climáticos alternos del Océano Pacífico conocidos como El Niño y La Niña, podría resultar en eventos climáticos extremos que desafíen nuestra capacidad de adaptación.
Zeke Hausfather, un científico del clima en Berkeley Earth, advierte sobre la combinación de El Niño y La Niña en un mundo cada vez más cálido. Esta dualidad puede generar temperaturas por encima de lo normal y condiciones propicias para fenómenos meteorológicos extremos nunca antes vistos. El calentamiento global, sumado a estos patrones cíclicos, nos obliga a estar preparados para lo inesperado.
La transición de El Niño a La Niña este verano podría intensificar aún más la situación. Con los océanos absorbiendo calor a un ritmo sin precedentes, se alimenta el potencial para huracanes más fuertes y destructivos. Matthew Rosencrans, pronosticador principal de la NOAA, destaca cómo el cambio en los patrones de viento globales puede desencadenar tormentas de gran magnitud que afecten a múltiples regiones.
Andrew Dessler, científico del clima de la Universidad Texas A&M, advierte que el cambio climático no aumenta la frecuencia de huracanes, pero sí su intensidad y capacidad destructiva. La sequía en algunas áreas de Estados Unidos, exacerbada por El Niño, ha dejado suelos secos y vulnerables a inundaciones repentinas, creando un escenario propicio para incendios forestales.
El Centro Nacional Interagencial de Bomberos señala el riesgo latente de incendios en lugares como California y Hawaiʻi, donde la sequía persistente y las altas temperaturas aumentan la probabilidad de desastres. Canadá, que sufrió una temporada de incendios sin precedentes el año pasado, podría enfrentar desafíos aún mayores después de un invierno inusualmente cálido.
La advertencia es clara: nos encontramos en un nuevo clima del siglo XXI, con ciudades y sistemas de infraestructura diseñados para condiciones que ya no existen. La necesidad de prepararse para lo peor es imperativa. Según Rosencrans, la planificación anticipada y el seguimiento de las recomendaciones de preparación para desastres pueden marcar la diferencia entre la supervivencia y la tragedia en caso de un huracán u otro evento extremo.
El clima más salvaje jamás visto este verano nos obliga a tomar medidas concretas y urgentes para proteger nuestras vidas y nuestro entorno. El tiempo para la acción es ahora, antes de que la furia de la naturaleza nos tome desprevenidos. Ante un futuro incierto, la preparación es nuestra mejor defensa.
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