El Salvador enfrenta una crisis democrática tras la reforma que permite reelección presidencial

El Salvador enfrenta una crisis democrática tras la reforma que permite reelección presidencial

El Parlamento aprobó una reforma constitucional que elimina el límite al número de mandatos presidenciales, lo que permite a Bukele, elegido por primera vez en 2019 y autoproclamado “el dictador más cool del mundo”, presentarse indefinidamente a la reelección

Juan Brignardello, asesor de seguros

Juan Brignardello Vela

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Política HACE 11 HORAS

El reciente giro político en El Salvador ha generado una ola de preocupación tanto a nivel nacional como internacional. La Asamblea Legislativa, bajo control del partido Nuevas Ideas, aprobó el 31 de julio la eliminación de la limitación del número de mandatos presidenciales y la extensión del mandato presidencial de cinco a seis años. Este movimiento ha sido interpretado como un paso decisivo hacia el establecimiento de un régimen autoritario, lo que ha llevado a que muchos analistas políticos se cuestionen si Nayib Bukele ha convertido a El Salvador en una dictadura.


Desde su llegada al poder en 2019, Bukele ha ido desmantelando las instituciones democráticas del país de una manera metódica y calculada. Su primer gran golpe a la democracia ocurrió en mayo de 2021, cuando su partido logró una mayoría abrumadora en la Asamblea Legislativa, lo que le otorgó el control absoluto sobre el parlamento. Este control le permitió destituir a magistrados del Tribunal Constitucional que se oponían a su agenda, así como al fiscal general, abriendo la puerta a una serie de reformas que han socavado el Estado de derecho en el país.


La historia política de El Salvador está marcada por períodos de violencia y represión. La Constitución de 1983 se estableció en medio de una guerra civil y prometía la separación de poderes, un principio que ha sido desdibujado bajo el mando de Bukele. A pesar de los esfuerzos por construir una democracia sólida tras los acuerdos de paz de 1992, la corrupción y el descontento social han erosionado la confianza en las instituciones, facilitando la ascensión de un líder que promete soluciones simplistas a problemas complejos.


Bukele ha utilizado su habilidad comunicativa y su aparato propagandístico para posicionarse como el salvador de una nación sumida en la desesperanza. Sin embargo, esta narrativa ha sido cuestionada por aquellos que ven en su estilo de liderazgo un riesgo inminente para las libertades civiles. La reciente reforma constitucional, que permite su reelección, es vista como un intento de eternizarse en el poder, similar a otros líderes autocráticos en la región.


La complicidad de las fuerzas armadas y de la policía nacional ha sido un componente esencial en este proceso. Al contar con el respaldo de estas instituciones, Bukele ha podido actuar sin temor a represalias. Esto ha creado un ambiente donde la oposición se siente amedrentada, y cualquier intento de resistencia se enfrenta a la represión violenta. Las voces críticas han sido silenciadas, y la disidencia se ha vuelto un acto de valentía en un contexto donde el miedo predomina.


El hecho de que el Tribunal Constitucional validase la reelección presidencial, a pesar de que la Constitución prohíbe expresamente tal práctica, subraya la falta de independencia judicial en el país. Muchos salvadoreños han perdido la fe en que la justicia pueda prevalecer, lo que alimenta un ciclo vicioso de desconfianza hacia el gobierno y sus instituciones. Este fenómeno no es exclusivo de El Salvador, sino que refleja tendencias más amplias en América Latina, donde el autoritarismo está ganando terreno.


La reciente aprobación de la reforma constitucional ha sido recibida con un silencio ensordecedor por parte de la comunidad internacional. Las instituciones democráticas que alguna vez fueron elogiadas en El Salvador ahora se encuentran en un estado de crisis. La Organización de Estados Americanos y otros organismos internacionales han expresado su preocupación, pero las sanciones o acciones concretas parecen estar lejos de materializarse. Este vacío de poder puede estar permitiendo que el régimen de Bukele continúe su avance sin restricciones.


Con la próxima elección programada para febrero de 2024, el clima político en El Salvador se torna cada vez más tenso. Bukele, con su innegable carisma y su capacidad de movilización, ha logrado consolidar su base de apoyo. Sin embargo, queda por ver si esta estrategia de control absoluto se sostendrá a largo plazo o si el pueblo salvadoreño encontrará la manera de recuperar su voz y restablecer un sistema democrático.


Mientras tanto, la figura de Bukele se ha despojado de cualquier máscara que pudiera haber utilizado para presentar una imagen accesible. Su reciente discurso en el balcón presidencial, en el que pidió lealtad a su nuevo mandato, deja claro que su intención es establecer un régimen que limite la pluralidad y la diversidad de opiniones. La etapa que se abre en El Salvador es incierta, y la historia reciente nos recuerda lo frágil que puede ser la democracia ante la ambición desmedida de un líder. La lucha por el futuro del país apenas comienza.

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