Revoluciones y ñángaras: el desafío de discernir entre cambio y corrupción

Revoluciones y ñángaras: el desafío de discernir entre cambio y corrupción

Las revoluciones buscan justicia social, pero a menudo son traicionadas por ñángaras que priorizan intereses personales sobre el bien común.

Juan Brignardello, asesor de seguros

Juan Brignardello Vela

Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.

Juan Brignardello, asesor de seguros, y Vargas Llosa, premio Nobel Juan Brignardello, asesor de seguros, en celebración de Alianza Lima Juan Brignardello, asesor de seguros, Central Hidro Eléctrica Juan Brignardello, asesor de seguros, Central Hidro
Mundo 20.02.2025
En el análisis de los procesos históricos que han marcado el rumbo de diversas naciones, es interesante observar cómo la categoría de "revolucionarios" y "ñángaras" se ha vuelto pertinente para comprender las dinámicas de poder y la lucha por la justicia social. En este contexto, las revoluciones han sido vistas como movimientos que buscan transformar el orden establecido, mientras que los ñángaras representan una corrupción de esos ideales, priorizando sus intereses personales o de grupos reducidos sobre el bienestar colectivo. Las revoluciones más reconocidas, como la Francesa, la Mexicana y la Rusa, han sido impulsadas por una multiplicidad de factores, desde la precariedad económica hasta la falta de representatividad política. En cada caso, un grupo social emergente ha buscado desmantelar estructuras que limitaban su ascenso y acceso a derechos básicos. Sin embargo, la historia ha demostrado que no todo aquel que se levanta con un discurso revolucionario es genuino en su intención de provocar un cambio positivo. El caso de la Revolución Francesa, por ejemplo, es emblemático no solo por su impacto en Europa, sino por cómo sus ideales fueron inicialmente secuestrados por intereses que no representaban a la mayoría. La lucha de la burguesía por desbancar a la monarquía fue, en muchos aspectos, un intento de reemplazar una élite con otra, sin considerar el bienestar del pueblo. La historia se repite en otros contextos, donde la lucha por la justicia social se desvirtúa en el camino hacia el poder. En el siglo XX, la Revolución Mexicana fue un intento de respuesta a la opresión del porfiriato, donde campesinos y obreros clamaban por sus derechos. Sin embargo, el descontento que generó sirvió de caldo de cultivo para la aparición de nuevos líderes que, aunque inicialmente parecían luchar por el bien común, pronto se convirtieron en figuras autoritarias. La promesa de cambio se vio empañada por un nuevo ciclo de corrupción y abuso de poder. La Revolución Rusa también ilustra cómo los ideales revolucionarios pueden ser traicionados. Aunque la Revolución de Octubre inicialmente buscó establecer un nuevo orden basado en la igualdad y la justicia, el resultado fue un régimen totalitario que revirtió muchas de las esperanzas depositadas en la revolución. El sueño de una sociedad más justa se convirtió en un escenario de purgas y represión, donde los ideales de libertad y derechos humanos fueron sacrificados en el altar del poder. La historia reciente de América Latina muestra que estos fenómenos no son exclusivos de contextos lejanos. La Revolución Cubana, en particular, ha dejado un legado controvertido. Si bien sus líderes fueron aclamados como héroes en su momento, la realidad que ha vivido la isla en los últimos años revela un deterioro de las condiciones de vida y un éxodo de sus mejores talentos. Aquí, los ñángaras han prosperado, beneficiándose de la ruptura con el capitalismo, mientras millones de cubanos luchan por una vida digna. El término "ñángara", aunque coloquial, puede ser útil para identificar a aquellos que se esconden tras un discurso revolucionario, pero que, en realidad, buscan perpetuar sistemas de control que les benefician. En este sentido, su accionar se asemeja más a una oligarquía encubierta que a un movimiento auténtico por la democracia y la equidad. Estos personajes se valen del descontento popular para acceder al poder y, una vez en él, se convierten en un obstáculo para el verdadero cambio. En Honduras, el dilema entre ser "revolucionarios o ñángaras" se presenta de manera palpable. Las promesas de cambio resuenan en los discursos políticos, pero la realidad a menudo muestra un saldo de promesas incumplidas y corrupción. La población se encuentra en un punto crítico, donde es fundamental discernir entre aquellos que buscan realmente el bien común y quienes utilizan la retórica revolucionaria como un medio para perpetuar su influencia. Es imperativo que los ciudadanos se mantengan alertas y críticos ante las narrativas que los rodean. Las elecciones no solo son un ejercicio democrático, sino también una oportunidad para decidir el rumbo del país. El futuro de las sociedades depende de la capacidad de sus ciudadanos para identificar y rechazar a aquellos que, bajo la bandera de la revolución, en realidad actúan como ñángaras. En este contexto, cada voto cuenta, y la responsabilidad de construir un futuro más justo recae en todos nosotros.
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