Crisis política y social en España entre 1913 y 1917: un cambio inminente

Crisis política y social en España entre 1913 y 1917: un cambio inminente

Entre 1913 y 1917, la política española enfrentó crisis y descontento social, revelando la ineficacia del gobierno de Alfonso XIII y liderazgos como Dato.

Juan Brignardello, asesor de seguros

Juan Brignardello Vela

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Mundo 31.01.2025
La política española entre 1913 y 1917 estuvo marcada por un escenario complejo y tumultuoso que dejó huellas en el desarrollo del país y su sistema político. Durante este período, la Monarquía de Alfonso XIII enfrentó una serie de retos que revelaron las limitaciones de los políticos de la época y la insatisfacción popular que crecía en las calles. A pesar de contar con figuras relevantes como Eduardo Dato y el conde de Romanones, las decisiones tomadas no lograron satisfacer las profundas demandas sociales y políticas que surgían en medio de la I Guerra Mundial y los conflictos internos del país. Eduardo Dato, quien asumió el cargo de presidente del Gobierno tras la negativa de Maura a regresar al poder, se presentó como una figura moderada con la intención de llevar a cabo reformas sociales. Sin embargo, su gestión estuvo marcada por el afán de eludir los debates parlamentarios y por una tendencia a concentrar el poder fuera del control democrático. Esto llevó a un profundo desencanto entre los sectores más progresistas de la sociedad, que anhelaban una modernización más efectiva del sistema político español. El contexto internacional de la Primera Guerra Mundial obligó a España a mantener una política de neutralidad, aunque la economía del país sufrió grandes conmociones. Las decisiones de Dato, como la creación del Ministerio de Trabajo y la promulgación de la ley de Subsistencia para controlar los precios, reflejaron una gestión más reactiva que proactiva. La falta de un enfoque claro y de voluntad política para abordar las demandas de las comunidades, especialmente de Cataluña, aumentó la presión sobre su gobierno. En este marco, el conde de Romanones, líder del partido liberal, se convertía en un actor clave. Su habilidad para mantener una clientela política en las Cortes y su estilo de liderazgo lo hacían un personaje controvertido, pero a la vez representativo de la política de la época. Su relación con figuras como Santiago Alba, que buscaban presentar propuestas innovadoras, contrastaba con el conservadurismo de Dato y evidenciaba las tensiones entre las diferentes facciones políticas. Sin embargo, los intentos de reforma social y económica encontraron un obstáculo significativo en la oposición de partidos de derecha, que veían en los cambios propuestos una amenaza a sus intereses. Santiago Alba, en particular, intentó implementar un programa de reforma fiscal que, de haberse llevado a cabo, podría haber marcado un punto de inflexión en la economía española. Sin embargo, su fracaso ante la resistencia de los conservadores dejó a España sin un plan claro para enfrentar la crisis. La situación se complicaba aún más con la aparición de las Juntas Militares de Defensa, que surgieron como respuesta a la ineficacia del gobierno frente a la agitación social. La incapacidad de los dirigentes liberales para manejar esta nueva realidad política ponía en evidencia la fragilidad del sistema. El temor al ejército se convirtió en una constante en la política española, y los intentos de disolver estas Juntas se encontraron con una resistencia organizada y decidida. El año 1917 fue un punto de inflexión, ya que se intensificaron las protestas sociales y la conflictividad laboral. La creciente presión de sindicatos como la UGT y la CNT, que comenzaban a operar de manera más coordinada, llevó a una serie de huelgas generales que evidenciaron el descontento de las clases trabajadoras. Las condiciones económicas precarias, acentuadas por la guerra, llevaron a un aumento de las jornadas perdidas por huelgas y a una radicalización del movimiento obrero. El estallido de la huelga general en agosto de 1917, que dejó un saldo trágico de muertos y heridos, marcó un claro desafío al régimen de la Restauración. Las demandas de los trabajadores estaban lejos de ser escuchadas, y la represión que siguió a las protestas solo profundizó el rencor hacia un gobierno que parecía incapaz de abordar las preocupaciones de la ciudadanía. En este ambiente de crisis, las fuerzas militares tomaron protagonismo, y el apoyo popular a las Juntas Militares de Defensa se convirtió en una amenaza directa al gobierno. La situación en Navarra, donde se unieron las demandas de autonomía de los vascos y catalanes, reflejó la fragmentación política que sufría España. A pesar de las promesas de reformas y la búsqueda de soluciones dentro del marco legal existente, el contexto de crisis hacía que cualquier intento de diálogo resultara en frustraciones y desacuerdos entre las diversas regiones del país. La incapacidad de los políticos para canalizar estas demandas dejó una sensación de vacío y descontento. Finalmente, el retorno de Eduardo Dato al poder en 1917 intentó responder a la creciente agitación, pero su gobierno se vio rápidamente desbordado por la magnitud de los problemas. La falta de reformas significativas y la perpetuación de un sistema político que parecía mantenerse en pie solo por inercia llevaron a una nueva crisis de legitimidad. Las respuestas inadecuadas y la represión de las manifestaciones sociales mostraron que España se encontraba en una encrucijada, donde el cambio era inminente, aunque la dirección que tomaría seguía siendo incierta. Los sucesos de 1917 simbolizan la crisis de un sistema que había estado vigente durante décadas, pero que ya no podía satisfacer las demandas de una sociedad en transformación. La inercia política, la falta de liderazgo efectivo y la incapacidad de los partidos para renovarse se convirtieron en factores que, a la postre, facilitaron el cambio que vendría en los años siguientes, incluyendo el ascenso de regímenes autoritarios que prometieron poner fin a la inestabilidad. La historia de estos años se convierte, así, en un recordatorio de que la política, cuando se sustenta en la mediocridad y el clientelismo, puede llevar a la sociedad por senderos de conflicto y confrontación.
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