Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
El Salvador es un país donde la relación entre sus habitantes y los volcanes es tanto una realidad geográfica como cultural. Con una extensión de apenas 21 mil kilómetros cuadrados y una población que poco supera los seis millones, la nación está construida literalmente sobre un archipiélago de volcanes, lo que genera no solo riesgos, sino también oportunidades únicas para el desarrollo sostenible. De los 242 volcanes que adornan su paisaje, 36 se encuentran activos, lo que plantea un escenario complejo para el país. La geografía volcánica no solo define el terreno, sino que también influye en la vida cotidiana de los salvadoreños. Desde la agricultura, que se beneficia de suelos fértiles, hasta el turismo, que ve en estas formaciones un atractivo natural, los volcanes son parte integral de la identidad nacional. Entre los volcanes más peligrosos se encuentra el de San Miguel, conocido como Chaparrastique, que es objeto de constante vigilancia debido a su alta actividad. Con una historia de erupciones y emisiones de ceniza, este volcán representa una amenaza real, especialmente para las comunidades que habitan sus alrededores. La experiencia de vivir cerca de un volcán puede ser, para algunos, un recordatorio constante de la fuerza de la naturaleza y de la vulnerabilidad humana. El volcán de Santa Ana, el más alto del país, con sus 2,381 metros, se erige majestuoso en el paisaje salvadoreño. Atrae a turistas y aventureros que buscan alcanzar su cumbre, desafiando no solo la altura, sino también el riesgo que implica ascender a un volcán activo. Sin embargo, la belleza del paisaje contrasta con la realidad de la amenaza que representa. Particularmente interesante es el complejo volcánico de San Salvador, que incluye el famoso Boquerón. Este volcán, que en 1917 casi causa la desaparición de la capital, actualmente descansa en silencio, pero su historia resuena como un eco del potencial destructivo que puede desatar. La carretera que lleva a su cima se ha convertido en un lugar de encuentro para aquellos que desean contemplar la vasta extensión de la ciudad desde un punto de vista privilegiado. La caldera del lago de Ilopango, que también alberga magma a varios kilómetros de profundidad, representa otra preocupación para los expertos en geología. A pesar de que se estima que la frecuencia eruptiva de este tipo de volcán es de miles de años, la realidad es que el riesgo sigue latente. Las autoridades y científicos deben mantenerse alertas ante cualquier indicio de actividad, ya que las consecuencias para la capital serían devastadoras. Sin embargo, la conexión de El Salvador con sus volcanes no se limita solo al peligro. En un giro interesante hacia el futuro, el país ha comenzado a explorar el potencial de la energía geotérmica. Al considerar sus volcanes como una fuente de energía renovable, El Salvador busca no solo mitigar el impacto del cambio climático, sino también diversificar su matriz energética. Esta iniciativa podría colocar al país en la vanguardia de la producción de energía limpia en la región. La geotermia, una de las fuentes de energía más prometedoras, tiene la capacidad de transformar la amenaza volcánica en una oportunidad de desarrollo. La implementación de plantas geotérmicas no solo podría proporcionar energía sostenible, sino también crear empleo y fomentar la inversión en tecnología. Este enfoque innovador podría significar una nueva era para el país, donde la naturaleza y la tecnología coexisten en equilibrio. La vida sobre volcanes es, sin duda, un desafío constante para El Salvador, pero también una oportunidad de aprender a convivir con la naturaleza. Con una combinación de precaución, educación y aprovechamiento de recursos, los salvadoreños están dando pasos hacia un futuro donde la historia volcánica de su tierra se convierta en un motor de desarrollo en lugar de un obstáculo. En definitiva, vivir sobre volcanes es un recordatorio de que la naturaleza puede ser tanto aliada como adversaria. El Salvador, con su riqueza geológica, enfrenta el reto de transformar el miedo en conocimiento y la amenaza en energía, buscando siempre un equilibrio entre su legado volcánico y su aspiración a un desarrollo sostenible.