Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
A medida que aumentan las tensiones en la volátil región que limita con Israel y Líbano, el espectro de la guerra se cierne ominosamente. Los eventos recientes, incluido un ataque con misiles atribuido a Hezbollah que trágicamente resultó en la muerte de 12 niños en los Altos del Golán, han intensificado los temores de una escalada hacia un conflicto a gran escala. Tanto Israel como Hezbollah, aunque reacios a involucrarse en una guerra, se enfrentan a una situación precaria donde un error de cálculo o el oportunismo podrían desatar consecuencias devastadoras. En Israel, los llamados de facciones de derecha dentro del gobierno del Primer Ministro Benjamin Netanyahu para tomar acciones militares decisivas contra Hezbollah se han vuelto más fuertes. La lógica sigue un patrón preocupante: una oportunidad percibida para eliminar a un rival mientras la atención del mundo está centrada en otro lugar, particularmente en la crisis en Gaza. Sin embargo, tal curso de acción no solo consumiría a Líbano, sino que también tendría repercusiones en toda la región, exacerbando las tensiones existentes y desestabilizando un Medio Oriente ya frágil. Las ramificaciones de un conflicto renovado serían catastróficas. Líbano, ya al borde del colapso debido a la agitación económica, enfrentaría una devastación adicional. Una operación militar a gran escala podría aniquilar la vida civil, resultando en numerosas víctimas y una catástrofe humanitaria. La posibilidad de un aumento de la violencia contra los intereses de EE. UU. en áreas circundantes, particularmente en Irak y Siria, también es una grave preocupación. Tal esfuerzo militar es poco probable que elimine a Hezbollah, que ha estado profundamente arraigado en la sociedad libanesa durante años, y solo conduciría a un ciclo de violencia y represalias. El papel de Estados Unidos en esta situación es crítico. Si bien EE. UU. ha apoyado históricamente a su aliado Israel, debe reconocer las implicaciones más amplias de permitir que se desarrolle un conflicto adicional. La comunicación clara de Washington a Jerusalén es esencial; la administración Biden debería declarar inequívocamente que no apoyará una campaña militar contra Hezbollah, ni permitirá una a través de asistencia logística o militar. Las lecciones del conflicto en Gaza ilustran que una vez que se pone en marcha la maquinaria de la guerra, se vuelve cada vez más difícil ejercer control sobre su trayectoria. De hecho, los desafíos planteados por las capacidades militares de Hezbollah complican cualquier posible estrategia israelí. El arsenal del grupo militante, estimado entre 130,000 y 150,000 misiles y cohetes, está densamente entrelazado con la infraestructura civil, lo que hace que cualquier campaña militar esté plagada de peligros para los no combatientes. Las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) podrían encontrar difícil ejecutar operaciones sin infligir bajas significativas a la población libanesa, aumentando el riesgo de represalias internacionales y una mayor desestabilización. Si bien muchos analistas expresan escepticismo sobre la viabilidad de un ataque israelí a gran escala, particularmente a la luz de un resultado probablemente desfavorable, los planificadores militares de Israel aún pueden ver una ofensiva sorpresa como una opción legítima. Las condiciones para tal ataque parecen favorables, con las tensiones en curso proporcionando una cobertura para posibles maniobras militares. Sin embargo, EE. UU. debe mantenerse firme contra cualquier movimiento agresivo. Las consecuencias de una operación israelí sin control podrían ser desastrosas, no solo para Líbano, sino para la estabilidad regional en su conjunto. El compromiso de América con su aliado debe equilibrarse con una evaluación responsable del panorama geopolítico. Un alto el fuego en Gaza ofrece la mejor esperanza para enfriar las tensiones, proporcionando una pausa necesaria que podría prevenir un conflicto más amplio. Es imperativo que la administración Biden abogue por este enfoque, enfatizando su importancia para desactivar posibles hostilidades a lo largo de la frontera norte de Israel. Sin embargo, no se puede negar las complejidades políticas que acompañan esta postura, particularmente a medida que se acercan las elecciones en EE. UU. La respuesta de Israel a una posible solicitud de EE. UU. para la moderación será reveladora. Las dinámicas del poder político y la influencia tanto en EE. UU. como en Israel están cambiando, y los riesgos de confrontación podrían alterar relaciones de larga data. Si Netanyahu elige desafiar a la administración de EE. UU., podría enfrentar reacciones adversas, especialmente si los vientos electorales cambian tras las elecciones. El camino a seguir está lleno de incertidumbre, pero una cosa es clara: Para prevenir el estallido de otra guerra catastrófica en Líbano, Estados Unidos debe tomar una posición firme y comunicar inequívocamente que no respaldará una mayor escalada militar. Los riesgos son demasiado altos, y el momento para una diplomacia proactiva es ahora.